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El Sitio de la Tradición Gaucha Argentina |
NUESTRAS
TRADICIONES EL AMBIENTE |
LAS
PAMPAS (1825)
FRANCISCO BOND HEAD
Las pampas, al oriente de la cordillera, tienen novecientas millas de ancho, y la parte que recorrí, aunque de igual latitud, está dividida en tres regiones de clima y producción diferentes. Dejando Buenos Aires, la primera de estas regiones está cubierta en ciento ochenta millas con trébol y cardos; la segunda región, de unas cuatrocientas millas, produce paja y espartillo; y la tercera región, que llega al pie de la cordillera, es un monte de árboles bajos y arbustos. La segunda y tercera región tienen casi el mismo aspecto todo el año, pues árboles y arbustos son de hoja perenne, y la inmensa llanura pastosa solamente cambia de color verde a oscuro, pero la primera región varía, con las cuatro estaciones del año, de manera muy extraordinaria. En invierno las hojas de cardo son muy grandes y exuberantes y toda la superficie del campo tiene el tosco aspecto de una plantación de nabo. El trébol en esta estación es sumamente rico y fuerte, y la vista del ganado paciendo en completa libertad es lindísima. En primavera el trébol ha desaparecido, las hojas del cardo se han extendido por el suelo y el campo todavía parece una cosecha de nabos. Antes de un mes el cambio es de lo más extraordinario: toda la región se convierte en un exuberante bosque de cardos enormes que se lanzan de repente a diez y once pies de altura y están en plena florescencia. El camino o senda está cerrado de ambos lados; la vista, completamente impedida; no se ve un animal, y los tallos de cardo se juntan tanto y son tan fuertes que, aparte de las espinas de que están armados, forman una barrera impenetrable. El rápido desarrollo de estas plantas es del todo sorprendente; y aunque sería infortunio desusado en la historia militar, sin embargo es realmente posible que un ejército invasor, sin conocimiento del país, sea aprisionado por estos cardales antes de darle tiempo para escapar. No pasa el verano sin que la escena sufra otro cambio rápido; los cardos de repente pierden su savia y verdor, sus cabezas desfallecen, las hojas se encogen y marchitan, los tallos se ponen negros y muertos y zumban al frotarse entre sí con la brisa, hasta que la violencia del pampero los nivela a ras del suelo, donde rápidamente se descomponen y desaparecen, el trébol puja y el campo recobra su verdor.
LAS
PAMPAS (1836)
ALCIDES D’ORBIGNY
Perdimos pronto de vista todo objeto
digno de atención; el horizonte se hizo perfecto; nos encontrábamos como en
medio de un océano de vegetación, donde nada modificaba la monótona uniformidad,
y nos hundimos en las pampas. Tal es el nombre que se da, en general, a las
vastas llanuras que se extienden desde las costas del Atlántico hasta el pie
de los Andes; pero, en el idioma de los habitantes del campo, que han tomado
el término de los indios quichuas, pampa significa un espacio de terreno absolutamente
llano y cubierto de pasto, lo que equivale a nuestra palabra “pradera"
; no debe creerse que tal sea la naturaleza de toda la extensión de las pampas.
En primer lugar, se ha exagerado mucho la llaneza del suelo, puesto que toda
la parte de la provincia comprendida entre el Plata, el Paraná y el Salado,
se compone de terrenos ligeramente ondulados, en los cuales se distinguen
muy bien las alturas, las hondonadas donde corren diversos riachos y los pantanos
que sólo se secan en verano; hay, además, un punto de división de las aguas
entre la cuenca del Plata y la del Salado. Al sur de este último río, el terreno
es más llano; pero en medio de ese inmenso mantel verde, se encuentran grupos
de dunas arenosas, bastante elevadas, cubiertas de una vegetación más rara,
y que forman islotes donde el color amarillento corta el verde pronunciado
de la superficie llana.
Hay también algunas series de colinas,
cuya ubicación en medio de las llanuras hace que aparezcan más elevadas de
lo que en realidad son; se les llama "cerrillos" y "cerrilladas"...
Seguimos un camino de carretas, trazado por las antiguas expediciones a las
salinas del sudoeste y que, aunque no había sido frecuentado desde hacía gran
número de años, era aún reconocible. Los terrenos deshabitados de las pampas
son generalmente muy húmedos y las ruedas de las carretas dejan huellas profundas
que desaparecen muy difícilmente; el rastro se pierde solamente en las hondonadas
inundadas una parte del año y en los pajonales, partes muy bajas, donde crece
una gramínea que se desarrolla en gavillas muy tupidas, que se elevan hasta
la altura de un hombre a caballo, lo que hace la marcha sumamente penosa cuando
hay que atravesarlas.
LAS
PAMPAS (1855)
PABLO MANTEGAZZA
La pampa os aterroriza y conmueve
por la idea sensible del infinito, pero de modo muy distinto que el mar. En
éste tenéis siempre ante los ojos una masa infinita de agua, ante la cual
os parece como si quedarais reducido a arista de paja, pero siempre veis el
agua que se mueve, agitada y espumosa, o lenta y perezosa; sentís el viento
que aúlla entre las antenas de la nave e hincha sus velas; camináis sobre
un terreno que se mueve y aunque vuestras relaciones con él sean de monotonía
inexorable, veis, sin embargo, un cuadro de vida del cual sois parte activa,
reactiva y batalladora.
En la pampa, en cambio, tocáis
un infinito que no se mueve, y aquel terreno nivelado como por un matemático,
que, inmóvil, eternamente igual a si mismo, holláis con el casco de vuestro
caballo, impacienta y abruma. Nace el sol, rojizo y fuliginoso, en medio de las
hierbas como si saliese de una rasgadura del suelo, y después de acompañaros en
las largas horas de un larguísimo día, sin un minuto de sombra, se hunde por la
tarde en el extremo opuesto, sepultándose también en la tierra. Ni una mimosa,
ni el más miserable arbusto que recorte y desmenuce un rayo de sol y repose la
atención de un momento. Siempre la misma luz, siempre la misma tierra, el mismo
círculo infinito que abarca la vista.
LAS PAMPAS
(1861)
T. WOODBINE HINCHLIFF
Las abiertas e ilimitadas pampas
estaban ante mí: con indescriptible alegría aspiré la deliciosa y vigorizante
brisa. Seguimos andando al galope sobre el pasto corto hasta una señal distante
en el horizonte, que debía servirnos de guía. La falta de lluvia se dejaba
sentir: encontramos el suelo tan duro y seco, que bien podía esperarse una
larga sequía. Aquí y allá, en los lugares húmedos, las gallinetas andaban
en busca de lombrices y volaban casi bajo las patas de los caballos. Los teruterus
contoneábanse por el llano, levantaban vuelo después con su extraño y silvestre
grito, chillando teru-teru sobre nuestras cabezas. Las vizcachas dormían en
sus cuevas, según la costumbre, y bien sabíamos que no habría de verse ninguna
hasta el anochecer. Pero las lechuzas cumplían con su deber de guardar la
entrada de sus amigos subterráneos. Y allí se estaban mirándonos con ojos
muy abiertos, muy solemnes, sin mover un músculo, salvo los necesarios para
girar la cabeza, y no intentaban moverse, como no vieran que avanzábamos en
dirección a ellas. Volaban entonces con gentil despecho y con blando movimiento
de alas, por veinte o treinta yardas; luego se posaban otra vez en silencio
junto a otra cueva, para seguir observándonos.
LA
PAMPA (1870)
ROBERTO B. CUNNINGHAME GRAHAM
El advenimiento del caballo infundió
nueva vida en estas llanuras; la naturaleza pareció acoger gozosa la vuelta
del caballo después del largo intervalo desde el período libre en las pampas,
pobladas hoy por la descendencia de las trece yeguas y de los tres caballos
enteros que don Pedro de Mendoza dejó en pos de si al embarcarse para España
después de su primera tentativa de colonización.
En mis recuerdos vive aquel inmenso
y silencioso mar de paja; cubría su superficie, en primer término, yerba corta,
jugosa y dulce, que los carneros comían hasta la raíz; luego aparecían los
cardos, que crecían a la altura de un hombre, formando una maraña hirsuta,
por entre la cual el ganado había abierto un laberinto de sendas, luego yerbas
más ásperas y poco a poco tallos obscuros como de alambre y, finalmente, se
perdía toda señal de yerba donde las pampas tocaban con las pedregosas llanuras
de Patagonia hacia el sur. Hacia el norte las yerbas ondulantes y trémulas
crecían más escasamente, hasta que, en las misiones de los jesuitas, algunos
grupos de árboles invadían las llanuras, que finalmente terminaban en los
densos bosques del Paraguay.
El silencio y la soledad eran el
distintivo común del norte y del sur, dentro de un horizonte circunscripto a lo
que un hombre podía ver desde a caballo.
Muy pocas cosas había que
pudieran servir de mojón o marca para distinguir los lugares; pero en las
regiones del medio y del sur solía hallarse algún ombú melancólico al lado de
una tapera, solitaria, o dando sombra a un rancho, a pesar del proverbio que
decía: "Nunca prosperará la casa sobre cuyo techo cayó la sombra del ombú”
Con razón, los antiguos quichuas
bautizaron esas llanuras con un nombre que significa “espacio"; todo
allá era espacioso, vasto; la tierra, el cielo, la ondulante y trémula manada
de caballos y ganados; los maravillosos juegos de la luz; las tempestades
furiosas y supremas, y, por sobre todo, el ánimo de los hombres, que se sentían
libres, cara a cara con la naturaleza, bajo aquellos hondos cielos meridionales.
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