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El Sitio de la Tradición Gaucha Argentina
NUESTRAS TRADICIONES
EL AMBIENTE

 

 

LA ESTANCIA (1817)

GUILLERMO MILLER

 

La hacienda de don Andrés Hidalgo tenía tres habitaciones: la principal era un cuarto de cuarenta y dos pies de largo y quince de ancho, sin chimenea ni ventanas, y el todo construido de paredes de caña, cubiertas por dentro, y por fuera, de arcilla (barro). Las pocas vigas que formaban los apoyos las habían traído del Monte del Tordillo, distante dieciocho leguas, y estaban sujetas con tiras de cuero como todas las casas de las pampas, pues no se conocen en ellas los clavos; las puertas las hacen comúnmente con pieles de toro extendidas en marcos de madera. Don Andrés poseía el terreno que había querido elegir para mantener tres mil doscientas cabezas de ganado vacuno y trescientos caballos. Esta posesión se consideraba como un establecimiento pequeño y lo habían formado en el año anterior. Algunas estancias tenían veinte mil cabezas de ganado vacuno y caballos, asnos y muías en proporción. Un peón o vaquero tiene a su cuidado mil cabezas de ganado, y su obligación es contarlos por la mañana y tarde y hacer volver a la piara las que se descarrían. En un día claro, puede distinguirse con la simple vista desde la casa de Hidalgo la elevada cumbre de la Sierra del Volcán que se halla a veinte leguas al sur.

Don Andrés festejó por espacio de seis días a sus compañeros de viaje; durante ellos se divirtieron en cazar venados, en correr a los avestruces, en tirar a las ánades silvestres, a las palomas y a las codornices, las cuales abundan infinito. Las perdices eran tan mansas, o más bien tan torpes, que el modo usual de matarlas es a palos. Un hombre a caballo mató de esta manera una porción en cinco minutos; abundan tanto en todas partes, que en el mercado de Buenos Aires se venden muchas veces a menos de peseta la docena.

Los avestruces producen mucho interés a los que atraviesan las pampas; algunas veces se ven en tropas de veinte o treinta; aleando con gallardía por las suaves ondulaciones de la llanura a medio tiro de pistola unos de otros, como si estuvieran en guerrilla. Sus pichones se domestican fácilmente y toman pronto cariño a los que los cuidan; pero son muy incómodos, porque cuando son grandes, corren por los alrededores de la casa y se tragan las monedas, alfileres y todo pedacillo de metal que puedan atrapar ...

Los viajeros comieron un día con don José Pita, uno de los compañeros que formaban la partida que salió de Buenos Aires y cuya estancia estaba a cuatro leguas de la de Hidalgo y era la más avanzada en dirección meridional. Allí se encontraron paseando a un cacique, con sus mujeres, sus hijos y unos cuantos de comitiva; algunos hablaban un poco el español... Tenían pintadas las caras con sanare de caballo y llevaban plumas. Su tez natural es de color de cobre, pelo largo, y de un negro reluciente... El trato con los indígenas debe producir grandes ganancias porque una piel de tigre que valía ocho duros en Buenos Aires, la compraron en el camino por veinticuatro reales... los viajeros dedicaron un día a visitar un pueblo o campamento indio con los cuales era don Andrés muy popular.

Estos indios, como todos los demás, tienen la costumbre inveterada de pedir cuanto ven y se les antoja de lo que llevan los extranjeros: pañuelos de bolsillo, guantes, látigos, cortaplumas, lapiceros, y los botones de metal se los quitaron de las manos...

 

LA ESTANCIA (1819)

EMERIC ESSEX VIDAL

 

En ella hay tres edificios, uno de los cuales es la vivienda del mayordomo y los gauchos, el segundo es la cocina, que sirve también de vivienda para los esclavos negros, y el tercero, que es el más grande, tiene en el centro una habitación, amueblada decentemente, para cuando el dueño visita el establecimiento, y a los dos extremos, bajo el mismo techo, espaciosos depósitos para los cueros, sebo y otros artículos, de acuerdo con la capacidad de la industria.

A diez millas de distancia de la estancia de San Pedro no existe casa o cabaña alguna. Miles de animales vacunos y caballos pastan en un espacio de muchas millas a su alrededor; y éste es el centro de la estancia, la cual siendo propiedad de un hombre rico que reside en la ciudad, está al cuidado del superintendente o mayordomo y algunos gauchos y esclavos bajo sus órdenes.

Las ocupaciones de esta gente son las siguientes:

Primero, en la época adecuada, castrar y marcar a todos los animales jóvenes con la marca del establecimiento. Cada uno de éstos, tiene su marca particular, la cual subsiste siempre aun cuando el campo cambie de dueño, razón por la cual en muchas de las estancias se ha venido usando la misma marca desde hace doscientos años; cuando se realiza una venta de caballos por un desconocido, es costumbre exigir que enseñe el marcador que corresponda a la marca de los animales, como prueba de sus derechos de propiedad.

Segundo, recorrer a caballo toda la extensión de la estancia y traer todo el ganado que se hubiera extraviado.

Tercero, trabajar durante la primavera y el verano en la casa, matando a un gran número de animales para sacarles los cueros, el sebo y charque, o sea el tasajo. La primavera es la mejor época para el sebo, pues los pastos están muy crecidos antes de los calores del verano que abrasan todo el país. Entonces los bueyes están en excelentes condiciones; durante el verano enflaquecen y recobran un tanto sus carnes al avanzar el invier­no, cuando las lluvias cubren los potreros de hierbas frescas. Los cueros se secan con gran cuidado, extendiéndoselos con estacas para ese objeto, y cuando ya están duros, se doblan y estiran en el depósito. El tasajo es la parte que hay entre las costillas y la grasa, y se cortan largas y delgadas tiras que se sumergen en agua y sal y se secan al aire.

...Azara ha descripto un interesante y entretenido cuadro de las costumbres de los habitantes de las estancias, y de los pastores de estas regiones en general, que son los menos civilizados de ellas; su modo de vida, por cierto, ha reducido a los españoles que lo han adoptado casi al estado de los indios salvajes. Estos pastores tienen a su cuidado, solamente en la gobernación de Buenos Aires, unos diez millones de ganado vacuno y dos y medio millones de caballos. Una estancia que no tenga más de cuatro o cinco leguas cuadradas de extensión, es mirada en Buenos Aires como insignificante. En el centro de estas estancias se alzan las viviendas de los pastores, casi todas ellas sin puertas ni ventanas, en lugar de las cuales sus habitantes usan, a las noches, cueros de buey.

Cada rebaño tiene un mayordomo o capataz, que a su vez tiene un ayudante por cada mil cabezas de ganado. El primero generalmente es casado, pero sus ayudantes son solteros, a no ser que sean negros, gente de color o indios cristianos que han desertado de alguna tribu; éstos por regla general son casados y sus esposas e hijas sirven para consolar a los que no lo son. Están tan lejos las mujeres de sentir escrúpulos en este sentido, que es dudoso que ninguna de ellas conserve su virginidad hasta después de los ocho años de edad. Es natural suponer que la mayor parte de las mujeres a quienes se tiene por españolas, y que viven en el campo entre los pastores, gozan de idéntica libertad, y a menudo se ve que la familia entera duerme en la misma habitación.

Estas gentes no acompañan nunca a sus rebaños al campo, como en Europa. Todo lo que hacen, es salir una vez a la semana, seguidos de un número de perros, galopando por sus respectivas estancias y gritando sin cesar. El ganado que pasta libremente, empieza a correr y se reúne en un sitio determinado que llaman rodeo, donde se le tiene algún tiempo, dejándole después que vuelva a sus pastos. El objeto de esta operación es evitar que los animales se salgan extraviados del campo de sus dueños, y el mismo procedimiento se usa con los caballos, a los cuales reúnen, no en el rodeo sino en el patio de la estancia. El resto de la semana lo ocupan en capar a los terneros y potrillos y domar sus caballos, pero la mayor parte del tiempo lo pasan en ociosidad.

Como estos hombres se encuentran a cuatro, diez y hasta treinta leguas de distancia uno de otro, las iglesias son muy escasas; por consiguiente, muy rara vez o nunca van a misa, bautizando ellos mismos sus hijos, o postergando la ceremonia hasta su casamiento, porque entonces es absolutamente indispensable. Cuando van a misa la oyen a caballo, en el atrio de la iglesia o capilla, cuyas puertas permanecen abiertas a propósito. Todos ellos muestran evidentes deseos de ser enterrados en terreno sagrado, y los parientes o amigos nunca dejan de cumplir con este deseo de los muertos; pero debido a la enorme distancia que se encuentran algunos de la iglesia, generalmente dejan insepulto el cuerpo, tirado en los campos, con una cubierta de piedras o ramas de árbol, hasta que no queda más que los huesos, los cuales llevan al sacerdote para que los entierro. Otros cortan a los muertos en tal forma con un cuchillo, que les separan la carne de los huesos y llevan éstos al eclesiástico después de enterrar aquélla. Si la distancia no excede de veinte leguas, visten al muerto con las mismas ropas que llevaba vivo, lo montan a caballo con los pies en los estribos, sujetándolo con dos palos atados en forma de cruz, de tal manera que parece exactamente que estuviera vivo; y en tal forma lo llevan al sacerdote.

...Estos pastores no tienen por regla general otros muebles en sus chozas que un barril para el agua, un cuerno para bebería, algunas astillas de madera para encender el fuego donde cocinan su carne y una pequeña olla de cobre, en la cual hierven el agua para hacer el mate. Algunos no tienen esta olla, y cuando esto sucede, si quieren hacer caldo para un enfermo, cortan la carne en pequeños trozos y la echan dentro de un cuerno de toro lleno de agua, la cual hacen hervir poniendo el cuerno sobre un montón de brasas. Otros poseen una pava y un cuenco, una o dos sillas o un banco y algunas veces una cama, formada de cuatro postes sujetos a igual número de pilotes, que hacen las veces de patas, y un cuero de vaca estirado sobre ellos; pero generalmente duermen sobre un cuero extendido en el mismo suelo. En lugar de usar silla, se sientan cruzados de piernas en el piso, o sobre una calavera de caballo o de vaca. Nunca comen vegetales o ensaladas, los cuales, dicen, solamente sirven para el ganado, y no tocan ningún alimento condimentado con aceite, hacia el cual sienten también la más completa aversión. Viven solamente de carne, asada y sin sal. No tienen hora fija para sus comidas; en lugar de limpiarse la boca, la rascan con el reverso del cuchillo, frotándose las manos en las piernas o las botas. No comen nunca ternera y no beben jamás antes de haber terminado de comer. El terreno que rodea sus chozas está siempre cubierto de huesos y de esqueletos de ganado, los cuales, como se dejan podrir allí, producen una peste inaguantable; de cada .animal solamente comen las costillas, el pecho y las entrañas, tirando el resto. Estos despojos atraen un prodigioso número de pájaros cuyos gritos incesantes son una gran molestia; la corrupción consiguiente engendra inmensas multitudes de moscas e insectos.

Los mayordomos, capataces o propietarios, y en general todos los que pueden comprarlo, usan un jubón, chaleco, calzoncillos, sombrero, zapatos, y ponchos. Sus peones, en cambio, usan solamente el chiripá, que es un trozo de burda tela de lana atada a la cintura con una cuerda. Muchos de ellos no llevan camisa, pero usan sombrero, calzoncillos blancos, un poncho y cortas botas hechas de cuero de potro o ternera; otros usan para este fin cueros de gato montes. Como no hay barberos, se afeitan muy pocas veces y éstas con su cuchillo; generalmente usan largas barbas. Las mujeres van descalzas y son muy sucias. Sus vestidura consisten comúnmente de una camisa sin mangas sujeta por un cinturón a la cintura: muy a menudo no tienen mas que la puesta. En este caso, van de cuando en cuando hasta la orilla de algún arroyo, se la sacan, la lavan y la tienden al sol; cuando está seca se la ponen nuevamente y regresan a casa. Casi nunca se ocupan de coser o hilar; sus actividades se reducen a barrer la casa, encender el fuego para asar la carne y hervir agua para el mate. Las esposas de los capataces o de aquellos que poseen alguna propiedad van, como es natural, algo mejor ataviadas.

Como la gente de campo no acostumbra a tener muda de ropa, cuando llueve se sacan la puesta y la ponen bajo el cuerpo que cubre la montura del caballo, para conservarla seca, poniéndosela de nuevo cuando cesa de llover; no les importa lo más mínimo mojarse ellos mismos, y alegan que su piel se seca en seguida, mientras que con la ropa no ocurre lo mismo. Si se hallan afuera y tienen que cocinar mientras llueve, dos de ellos sostienen un poncho horizontalmente, y el tercero hace el fuego debajo de él.

 

LOS ESTANCIEROS (1847)

WILLIAM MAC CANN

 

Los propietarios de campos pueden dividirse en dos categorías: los que quieren adoptar hábitos europeos, cuyas modalidades imitan, y los que prefieren conservar las costumbres del país. Estos últimos, viven de idéntica manera que los peones: el patrón, aunque sea propietario de una o dos leguas de tierra, en nada se diferencia del peón, en cuanto a sus hábitos y sentimientos; la única diferencia notable está en que el patrón dispone de más dinero para jugar y anda mejor montado que el peón.

Generalmente, los propietarios que desean adaptar sus costumbres a la vida europea, son aquellos que, por accidente o de propósito, se han vinculado a los extranjeros de Buenos Aires. Vuelven al campo con el deseo de mejorar sus propiedades y en lo posible conforman su vida a los hábitos y comodidades de la civilización. Como dato muy ilustrativo de lo que acabo de decir, mencionaré el caso de un rico propietario a quien visité.

Este hombre vivía —según una frase que oí de sus propios labios— en estado natural. Su indumento era el del gaucho; el cuarto en que dormía no había sido barrido desde seis meses atrás. Bajo el lecho que ocupé, se hallaba un gallo de riña, favorito del patrón, atado a una pata de la cama, para que su dueño pudiera tenerlo a mano y divertirse con él; colgaban de las paredes, estribos, espuelas y otras prendas de montar, todas de plata. La comida consistió en carne y nada más que carne; no se nos dio sal, ni pan, ni galleta ni verduras de ninguna especie; bebimos solamente agua y comimos en el suelo, a falta de mesa. Cerca de la casa de este hombre, tuve ocasión de visitar a otro que no era más rico, pero aspiraba a llevar una vida más civilizada; allí vi, complacido, una mayor limpieza, una casa bien amueblada, y la comida se sirvió debidamente, con buenos vinos, frutas y otros lujos. Este hombre, que parecía europeo en sus procedimientos de trabajo, no hacía cuestión de gastos y, sin embargo, prosperó, mientras el otro, con hábitos ociosos y limitado a las necesidades más elementales, vivió siempre en un estado próximo a la barbarie. De esto puede colegirse que el país pasa por un estado de transición y que las costumbres atávicas darán paso, con el tiempo, a otros usos de índole superior.

...Puede decirse que no se ha formado todavía en el país una clase media: los propietarios de campos, dueños de grandes cantidades de vacas y ovejas, forman una clase; los peones y pastores forman la otra, pero los inmigrantes empiezan a formar una clase inmediata de pequeños propietarios de ganado.

 

UNA ESTANCIA (1847-1848)

SAMUEL GREENE ARNOLD

 

Estamos en una casa particular: una "casa rica", una gran estancia que pertenece a una familia acaudalada, pero la riqueza aquí es en diferente escala que en nuestro país. Esta casa se distingue de los ranchos del llano en que es más grande, más cómoda y construida de ladrillos, pero no tiene jardín ni ninguna señal especial de riqueza y comodidad. Cerca de la casa hay un corral grande (es un recinto redondo cercado de estacas) para caballos y en el llano que la rodea se ve el ganado. La casa es de un piso, destecho chato, construida de ladrillos, con paredes de 1 1/2 pies de espesor, y se le han dejado muchos agujeros cuadrados que sirven a las palomas para hacer sus nidos y están casi todos ocupados. Los ladrillos son chatos, largos, delgados y anchos; entre ellos se pone una capa de cal de 1/2 pulgada o más de espesor para formar las paredes. Hay cierta tentativa de adorno en la forma de una balaustrada redonda de ladrillos alrededor del techo. Los pisos también son de ladrillo, las paredes de los cuartos, revocadas, pero no así los techos de vigas, sin recubrir que sostienen un techo de ladrillo o de teja chata. Todos los cuartos dan a lo que podía ser un patio, pero esta casa tiene sólo dos alas; los otros dos lados simplemente quedan abiertos; una vereda de ladrillos bordea los dos costados de la casa; los cuartos no se comunican entre sí. En realidad, hasta que lo averigüé, yo creí que estaba en una posta superior. El caballero y su esposa son muy amables. Hay muchos criados.

...Al crepúsculo caminamos por el llano. Grandes cantidades de vacunos que pertenecen a nuestro huésped mugían en todas direcciones, y pastaban los rebaños de ovejas.

 

UNA ESTANCIA (1857-1862)

LINA BECK-BERNARD

 

...nos hemos detenido frente a una estanzuela para informarnos del camino. En seguida la familia del estanciero nos ha rodeado con amable solicitud, pidiéndonos que bajáramos del caballo, y hemos aceptado, curiosos de conocer las modalidades de la hospitalidad criolla. Entramos en la casa, construida de adobes, ladrillos secados al sol. Un alero, bastante amplio, forma una especie de galería. El mobiliario no puede ser más sencillo. Las camas son catres de lona, pero de una limpieza extrema. Están cubiertas por unas colchas floreadas, de colores vivos, y tienen almohadas de percal rosa con fundas de muselina bordadas y adornos de mallas criollas. Adosados a la pared, se ven dos o tres baúles de cuero, una o dos sillas, una arqueta; una guitarra e imágenes de santos y de la Virgen.

Pronto sacan de uno de los baúles dos alfombras de lana, de espeso tripe, tejidas por los indios de Córdoba; extienden una en el suelo y con la otra cubren el baúl, convirtiéndolo en una especie de diván, donde me brindan asiento. En seguida nos ofrecen mate, que no aceptamos, porque tenemos en horror el tal brebaje, sobre todo la bombilla, por la extrema fraternidad con que se usa. Luego van a ordeñar una vaca y nos sirven la leche, deliciosa, en una copa de cristal, donada por una joven india, sirvienta de la estancia.

Al contemplar estas habitaciones, se diría que el único ser que gasta lujos es el caballo. Bien puede una mujer llevar un collar de perlas o corales, o pendientes de filigrana de oro, brillando en las orejas bajo la cabellera negra, pero esto no es nada comparado a la orfebrería de las riendas, del cabestro, del pretal, de los estribos. Lo mismo podría decirse del recado o silla del país, que ostenta prendas ricamente bordadas y cueros trabajados con primor, así como una especie de cobertor de pelos largos, llamado pellón, aparte de otras varias mantas. Estos recados tienen como remate una especie de arzón montado en plata, y ofrecen la ventaja de no lastimar al animal, ciñéndolo con una sola cincha, muy ancha, que cierra el cuerpo sin impedir la respiración.

En un rincón de la piecita en que nos encontrábamos, hay un magnífico apero de gancho, sobre un caballete de madera. El dueño de estas elegancias está sentado, bajo una ramada, sobre una cabeza de vaca, cuyos cuernos forman los brazos de este sillón original.

 

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