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NUESTRAS TRADICIONES
LA ALIMENTACION

 

 

EL FOGON (1847)

WLLLIAM MAC CANN

 

Muy de mañana y estando todavía en la cama, Don Pepe me despertó con un mate: esta bebida debe ser muy tónica a juzgar por su gusto amargo cuando se la bebe sin azúcar. Cuando, después de levantados, salimos afuera, quedé sorprendido ante la llanada tan perfecta que se dilataba ante nosotros por todos lados; no se advertía en una extensión inmensa la más leve ondulación.

Los nativos no almuerzan antes de las once y nosotros teníamos prisa en reanudar nuestro camino, pero antes deseábamos tomar algún alimento; Don Pepe solicitó, entonces, un pedazo de carne. El patrón nos instó a cortar todo lo que quisiéramos. Don Pepe, que conocía aquello como el mejor, cortó una tira de asado en la parte más tierna. Tal es la costumbre, en el campo, en casos así. Se pide al viajero que corte lo que guste porque siempre hay carne en abundancia que cuelga en un lugar abierto.

Entramos con Don Pepe en la cocina: se hallaba en ella el patrón con dos o tres peones, sentados todos alrededor del fuego.  El fogón estaba en el suelo, en el centro de la cocina; consistía en un hilera circular de ladrillos, colocados de canto, que cerraban un espacio de una yarda cuadrada; sobre el fuego hervía una calderita colocada encima de un trébedes. Nos sentamos haciendo rueda, sobre unos troncos de madera, altos de unas seis a ocho pulgadas. Un muchacho servía el mate a los presentes. Como no había chimenea, el humo llenaba la cocina, aunque algo evitábamos la molestia por el bajo nivel a que nos hallábamos sentados.  Después que hubieran sacado la caldera, Don Pepe puso nueva leña en el fogón, y con su cuchillo limpió de ceniza y grasa el asador. Éste era una barra de hierro de unos cuatro pies de largo. Don José lo ayudó a ensartar la carne y a asegurar un extremo del asador clavándolo en el suelo de manera, que quedara inclinado sobre las brasas. En esta forma, la carne se asa muy bien, porque el calor, subiendo de todos lados, la penetra completamente dándole un sabor muy especial y delicado. Tal vez una persona demasiado exigente pudiera sentir cierta repugnancia viendo la espesa humareda y el polvo que por momentos oculta el asado a la vista de los presentes.

Don Pepe daba vuelta el asador, una y otra vez. Llegado el momento, un muchacho comenzó a pisar sal en un mortero grande de madera y esparció un puñado sobre la carne asada. Don Pepe, entonces, colocó el asador atravesado por encima de las brasas con los extremos descansando sobre dos ladrillos para preservar la carne, de la ceniza; hizo dos o tres cambios más y la carne quedó a punto. Entonces clavaron el fierro en el suelo, nos sentamos alrededor y empezamos a cortar con nuestros propios cuchillos, muy contentos de participar en aquel banquete de gitanos.  En la cocina no había una sola mesa ... Comer de esta guisa requiere cierta práctica: primeramente se ha de coger la carne con la mano izquierda, luego tomar con los dientes el bocado elegido y aplicar el cuchillo, con la mano derecha, apoyando el filo hacia arriba para cortar. Esta carne era particularmente tierna y muy jugosa. Mis manos se cubrieron de grasa y me apresuré a lavarlas en un latón de amasar, a falta de otro recipiente.

Terminado el almuerzo, tomamos un trago de agua y agradecimos nuevamente al dueño de casa su hospitalidad.  Por cierto que le hubiéramos inferido una ofensa, de haberle ofrecido una paga cualquiera.

 

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