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NUESTRAS TRADICIONES
CAZA Y FAUNA

 

 

UNA CAMPERIA (1885)

FRANCISCO JAVIER MUÑIZ

 

Se convocan desde dos hasta diez, quince o más hombres para una entrada a campería en el desierto. (Introducimos la voz campería como significativa del inmenso espacio interminable donde la diversión se ejecuta, y la preferimos al de cacería, que se dirige simultáneamente a varias especies, y con más fundados motivos al de cetrería y montería),

Una de estas camperías recreativa y varonil al mismo tiempo, reúne atractivos los más seductores para los paisanos u hombre del campo, cuya imaginación exalta al solo recuerdo del caballo y cuanto puede emprenderse de atrevido y pintoresco sobre este generoso bruto, cuyo manejo les es tan familiar como fácil. El objeto que se proponen en ellos es: bolear avestruces, sacar la pluma, comer su carne y sus huevos, traer de éstos consigo cuantos más se puedan, de paso bolear potros o caballos alzados (baguales), gamas, etc. La facilidad con que se alcanza esta diversión es otro de los motivos porque ella es tan agradable al paisanaje de la provincia de Buenos Aires. Un par de caballos o más si se quiere, si no todos, alguno de ellos manso y ligero, no faltan al más infeliz campesino, y cuando menos quien se los facilite. La bondad y ligereza de los caballos que se llevan (a veces una corta tropilla con su yegua madrina) están ya reconocidos en anteriores correrías de gamas o de ñandúes. Después de ellos, las bolas son el instrumento más importante de la campería. Cada jinete lleva tres o cuatro pares envueltos en la cintura, y uno o dos pares de otro cuyas soguillas plegadas se aseguran a la cabeza anterior del lomillo o recado. La ligadura es tan sencilla, que puede desatarse, en caso necesario, con una sola mano. A más de su principal destino contra baguales o potros alzados en la soledad de las Pampas, se usan en defecto de las propias también contra el ñandú...

Aunque de un uso general las bolas de tres, los indios y los cristianos más diestros en dispararlas prefieren las de dos, por creer más cierto el tiro con ellas. Otros las desechan porque al caer son más saltonas. Se llevan varios pares, como ya dijimos, perdido un tiro se hacen sucesivamente aquellos que permite el número de pares a la cintura, entrando en cuenta aun las de potro. Toda la maniobra se ejecuta sin dejar un instante de correr: por supuesto, que una buena vista y la fuerza del brazo son requisitos necesarios para el acierto.

Como hay que volver a recoger las bolas, se hace necesario señalar con algún objeto el lugar donde quedaron. A este fin, se arroja en una parte el sombrero, en la otra el poncho, el chiripá, etc., y no es extraño ver boleadores casi desnudos por esta causa.

No es tan sencillo como a primera vista parece el bolear avestruces; menos por las dificultades en la ejecución, aunque no son pocas, que por el ardid y astucia que deben emplearse contra estas mismas calidades que el ñandú ostenta en protección de su vida y de su libertad. El tiro más seguro, que llaman de dos vueltas, se hace regularmente a la distancia de treinta o cuarenta varas; el de tres hasta de sesenta. De ahí arriba que el tiro es perdido para los que no tengan mucha fuerza en el brazo o que no sean muy diestros. El tiro de una vuelta es el más corto, y acaece que por disparar de tan cerca, encontrándose con ímpetu las soguillas de las bolas con el cuello del ñandú, lo divida absolutamente, como pudiera hacerlo un arma cortante.

Las bolas se arrojan al tronco o a lo más grueso del cuello. Sofocado el animal por la ligadura, más que agobiado por el peso, se detiene y rinde.

 

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