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TRADICIONES CAZA Y FAUNA |
LAS
BOLEADAS DE AVESTRUCES (1878)
ESTANISLAO S. CEVALLOS
Las boleadas. Es éste un
episodio característico de nuestra vida de frontera. Se trata de la caza de
avestruces para vender su pluma, cuyo precio es subido. Al efecto, y en épocas
dadas del año, generalmente en primavera y en el otoño, reúnense los paisanos
de toda una comarca fronteriza, con sus armas y con los mejores caballos. Van
dirigidos por algún vecino respetable, que suele ser el comandante militar del
distrito. Constituían antes verdaderos regimientos, desde 150 hasta 300
hombres, en previsión de ataques de los indios de la pampa, y una vez reunidos
se internaban en el desierto y abrazaban zonas extensas, consultando su
relación a un punto estratégico donde debe haber agua y buen pasto para acampar;
este paraje era indicado como punto de reunión.
La gente sale, pues, de
madrugada a formar el cerco, es decir, el regimiento reunido en un punto dado,
se abre a derecha e izquierda de a uno en fondo, describiendo una
circunferencia de varias leguas, de suerte que abarque un área considerable.
Los que van a la cabeza formando el cerco, son denominados punteros, los que
les siguen son los boleadores y además van con ellos grupos de paisanos
llamados batidores. Veremos luego las delicadas funciones que a cada cual
corresponden. A medida que los punteros avanzan, los boleadores van ocupando su
puesto en la circunferencia, y unos quedan separados de los otros por grandes
distancias.
Cuando los punteros se juntan,
dan fuego al campo, con lo que avisan a toda la cuadrilla, a la vez que la
dirección que llevan, que el cerco está cerrado. Entonces de todos los puntos
de la circunferencia se levantan humos contestando a los primeros.
Es ésta también la señal de un
nuevo e importante movimiento, el de cerrar el cerco. Cerrado éste, todos mudan
caballos, ensillando los parejeros, con recados livianos, y cada boleador se
ata a la cintura dos, tres, cuatro, seis pares de ñanduceras, nombre que dan a
las boleadoras de avestruces, compuestas de dos o tres bolas de marfil, piedra
o metal generalmente de 1,80 m y desde la mitad se dividen en tres ramales; dos
para las boleadoras propiamente dichas y el tercero para la manijera, o la bola
que el paisano toma para revolear las otras y lanzarlas.
Preparado todo, empieza la marcha,
estrechando el cerco, es decir, convergiendo todos los jinetes por su respectivo
radio hacia el centro. El campo se pone en movimiento, los avestruces (Rhea
Americana), los charas o chorábanos, o sea los avestruces pequeños, las gamas
y venados (Cervus campestris), los gatos pajeros (Felis pajero) y las perdices
empiezan a retirarse de todas direcciones hacia el mismo centro de la circunferencia.
Cuando los boleadores distan 500m. unos de otros, es decir, cuando el diámetro
de aquella es ya reducido y la caza encerrada desconfía, se agita y se apresta
a abrir brecha, se desprenden los batidores del cerco, lanzando los hermosos
y ariscos corceles a la desesperada carrera atronando los aires con sus alaridos
y agitando las boleadoras. La turba azorada de avestruces, que es su punto
en blanco recibe los primeros tiros de bola y los que no caen escapan abriendo
sus alones y describiendo graciosas y rapidísimas gambetas. Los boleadores
esperan firmes en su puesto del cerco, boleadora en mano y espuela en los
ijares del noble y voluntario caballo. Los avestruces ganan los claros entre
boleador y boleador y éstos los acometen a toda la furia de los caballos,
boleando uno y después otro y otro, en el vértigo de la carrera, pues al avestruz
boleado se le deja y se sigue la corrida hasta que están bien o mal empleadas
las boleadoras que cada cual lleva.
De esta suerte los campos se cubren
de jinetes que vuelan en pos de la caza aterrada y fugitiva, hasta que terminada
la corrida empieza la reunión de la presa y la pesquisa de las bolas perdidas
en tiro infructuoso, y tiene lugar la reconcentración y campamento a la tarde.
Entonces se come los alones y la picana (rabadilla) del avestruz, el uno cuenta
sus proezas, el otro sus defraudadas esperanzas, éstos pelan y guardan la
pluma, más allá otro gime dolorido con una pierna o brazo sacado o fracturado
en una rodada, caídas frecuentísimas del caballo en la vertiginosa carrera,
no siendo raro tener que lamentar uno o varios muertos. A la madrugada siguiente
se repite la misma escena y después de uno o dos meses de iguales correrías
diarias, los boleadores vuelven triunfantes a su pago, las mujeres celebran
con orgías la corrida, realizan la pluma, que les da para vivir de holgazanes
hasta otra boleada; y en las pulperías, bailes y velorios las proezas de los
más hábiles gauchos durante la jornada dan tema a payadores inspirados, a
disputas peligrosas y a celos y sangrientos episodios.
No pocas veces ha sucedido que
los boleadores fueron sorprendidos e inmolados por los indios; pero ha acontecido
que los primeros sorprendieron e inmolaron a los segundos.
PELUDIAR
Y BOLEAR AVESTRUCES (1883)
VENTURA R. LYNCH
Peludiar y bolear avestruces (Rhea
Americana) son dos de las diversiones más entretenidas. La diferencia que
guardan entre sí, es que la primera es nocturna y la otra de día.
¡Cuántas ocasiones, cuando la
luna bañaba la superficie del planeta, me he visto arrastrado por una veintena
de paisanos que montados en los pingos de diario y seguidos de un enjambre de
perros, salían a buscar a esos felices miembros de la familia Dasipodidae!
Cuántas ocasiones, aún no había
concluido de despertarme y ya mis compatriotas me gritaban con entusiasmo: —¡
Arriba, patroncito, allacito no más anda retozando una manada de ñanduces!
Peludiando se goza
extraordinariamente. Los pobres peludos no atinan sino a huir de las garras de
los cánidos.
Generalmente, un argollazo de
rebenque concluye por matar a los peludos. Los paisanos vuelven a las casas con
los tientos de su recao atestados de peludos.
La boleada es algo más
imponente. Los avestruces vuelvan, corren
La boleada es algo más
imponente. Los avestruces vuelan, corren con una celeridad sorprendente. Los
parejeros se estiran hasta tocar la barriga con el suelo, según la expresión
vulgar de nuestros paisanos.
Cuando el cerco está bastante estrecho,
porque es el modo más posible de cazarlos, los ñandúes gambetean con una precipitación
pasmosa. Es aquí cuando el gaucho emplea las boleadoras, y es entonces que
la ligereza del ñandú queda reducida a la impotencia.
Con las gamas suele suceder una
cosa parecida.
Sin embargo, estos placeres se
van olvidando con la casi extinción de los peludos, las gamas y los ñandúes.
Sólo muy al exterior de la antigua
línea de fronteras se pueden conseguir; y eso en lugares que no hayan sido
frecuentados por los indios.
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