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TRADICIONES JUEGOS |
CARRERAS
DE CABALLOS (1816-1820)
JUAN PARISH y GUILLERMO P. ROBERTSON
Las carreras de Buenos Aires se
corren sobre el camino de Barracas, camino real arenoso, ancho y abierto.
Las señoras no les aportan sus gracias ni se ven carruajes, ni garitas, ni
tribunas, ni nadie ha oído allí hablar de tales cosas. Sólo se ven dos líneas
de jinetes en una extensión de trescientas yardas y un camino libre entre
ellas. Los espectadores son estancieros de aspecto serio montados en lustrosos
caballos, no pocos gauchos, uno que otro inglés, hombres de la ciudad a caballo
y algunos extraños. Cruzan entre los grupos sus apuestas que alcanzan a veces
a cifras elevadas, mientras todos esperan sentados la carrera o carreras que
habrán de divertirlos. De pronto un movimiento y bullicio general anuncia
que los caballos están ya en la cancha, listos para la prueba del día. No
corren nunca más de dos caballos y la carrera más larga suele ser de ciento
cincuenta yardas, a veces trescientas. Muy rara vez corren hasta seiscientas
yardas. Los caballos en pelo son montados por gauchos expertos. Helos ahí
ahora, uno junto al otro, listos para la partida. Podría uno creer que, para
distancia tan corta, el asunto debía cumplirse con la rapidez del relámpago.
Pero no es así. La primera habilidad del corredor consiste en arreglarse para
una buena partida. Estas partidas son interminables y ambos corredores quedan
en realidad libres para decidir cuál será la verdadera y decisiva. Empiezan
por ensayar una partida, pero no es ésa la definitiva y vuelven al punto de
donde salieron. Inician otra, que tampoco da resultado y en eso se están por
espacio de una hora y a veces dos sin ponerse de acuerdo para largar. Más
aún, a veces pasan toda la tarde en ese trabajo infructuoso. Entretanto, estancieros
y gauchos miran todo aquello con flemática paciencia, hasta que se dispersan
cuando, según ellos y según lo dicen en su jerga especial, no van a largar.
Cuando por fin se deciden a
partir, los caballos están naturalmente muy excitados, en buen tren de velocidad,
y para la corta distancia que hacen, corren una buena carrera. Pero tantos
preparativos para andar ciento cincuenta yardas, tanto tiempo perdido, tantas
apuestas, algunas de dos mil pesos, para prueba tan miserable, es harto risible
y por eso pienso que estas carreras de Buenos Aires son cosa única en el mundo.
CARRERA
DE CABALLOS (1819)
EMERIC ESSEX VIDAL
Las carreras de caballos son una
diversión favorita de los habitantes de Buenos Aires, pero se las realiza
en tal forma que proporcionan muy poca diversión a cualquier inglés. No existen
caballos entrenados para carrera, ni siquiera se presta atención alguna a
la raza con miras a tal objeto. No se hace ninguna carrera de más de media'
milla; pero la distancia vulgar son dos cuadras o sean trescientas yardas,
y la carrera se decide de una vez. Para compensar esto, sin embargo, largan
más de veinte veces, y, después de correr una cuantas yardas, se vuelven hasta
que los jinetes convienen que la largada es pareja. Lo que nosotros conocemos
como habilidad de jockey, es aquí completamente desconocida, o no se pone
en práctica, y no ocurre nunca ninguna trampa, exceptuando el hecho de tirarse
uno a otro del caballo, lo cual es permitido, si se consigue. aunque con jinetes
tan expertos es sumamente difícil y por lo tanto muy pocas veces se intenta.
Montan sin silla, fusta o
espuela y llevan solamente una brida sin bocado: de esa manera la fogosidad y
velocidad de los animales se resuelve legalmente por sí misma. La proporción de
peso, de acuerdo a la edad del caballo, no parece ser tenido en cuenta ni se
pone atención a que los pesos de los jinetes sean iguales; es suficiente con
que no haya una desproporción muy notable.
No existen lugares apropiados
para las carreras; pero como para tan cortas distancias se encuentran muchos
espacios parejos, sin pantanos, en la playa, no es raro, si uno pasa a caballo
cualquier tarde por ella, ver tres o cuatro carreras que acaban con la
paciencia de cualquier persona que está acostumbrada a las de Inglaterra. Sin
embargo, se apuestan muy a menudo grandes sumas de dinero en estas carreras.
LOS
PAREJEROS (1886)
EMILIO DAIREAUX
Las carreras de caballos
constituyen la pasión favorita del gaucho; pero para demostrar por completo que
tales ejercicios no son para ellos más que una diversión, que es a la vez un
medio de evidenciar el valor de los caballos, no presentan en las carreras más
que caballos castrados, incapaces, por consecuencia, de transmitir sus
cualidades, en el caso de que la selección y los inteligentes cuidados les
hubieran hecho adquirir algunas.
Los cuidados que el gaucho consagra
a su caballo de carrera contrastan con el abandono absoluto en que deja a
los restantes que no han merecido la misma calificación y que, por. tanto,
no se emplean más que en el servicio rutinario, que por otra parte no deja
de ser interesante. Estos últimos, abandonados a sí mismos, se los saca del
corral en el caso de que sea necesario utilizarlos durante el día, se les
embrida y se les pone la silla desde por la mañana hasta la noche, y así expuestos
al sol, a la lluvia o a la helada, sin recibir ningún alimento, esperan pacientemente
que su dueño les exija tantas carreras y tan largas como le parezcan convenientes,
sin consultar sus recursos ni sus fuerzas. Llegada la noche y el consiguiente
regreso, volverán al mismo abandono, dejándoles que vayan a incorporarse a
la tropilla a que pertenezcan y que busquen con qué matar el hambre y apagar
la sed, en una pradera casi siempre escasa o en alguna corriente de agua o
charco formado por las aguas detenidas.
En cuanto al caballo de carrera,
el parejero, la cosa es diferente. Éste no come más que sus piensos a horas
fijas, de alimento escogido y medido. Atado largo, se pasea todo el día alrededor
de su estaca teniendo en la boca una especie de bozal que le impide pacer
a su antojo, tiene su ración de maíz y de alfalfa seca, comprada especialmente
para él, nunca recolectada por su dueño. El aficionado a parejeros es siempre
un gaucho elegante, sin rentas, pero que vive holgadamente; da
su panado a cuidar, según los casos lo vende para hacer sus apuestas o pagar
sus pérdidas, lo que le da tono y aumenta su dignidad; como el trabajar no
es cosa fina, no trabaja, ni siembra, ni recoge. Todo el día lo emplea en
prodigar cuidados a su parejero. Él mismo le da de comer, y él mismo lo monta
para que haga el conveniente ejercicio y esté bien preparado.
El campo de carreras es aquel en
que se reúnen algunos aficionados a apostar. El pulpero de la vecindad se
encarga de trazarlo y de señalar el día de las carreras, atrayendo así la
gente alrededor de su habitación; el negocio es para él. En el día señalado
y en ese país desierto donde pueden contarse las casas que hay en toda la
extensión del horizonte, en aquella inmensidad es donde se reúne numerosa
concurrencia. En diez leguas a la redonda se abandonan los rebaños al cuidado
de los chicos, y hombres y mujeres, todos a caballo, acuden allí, forman la
valla y arriesgan, no sus economías porque esta palabra es allí desconocida,
pero sí sus ganancias futuras en las apuestas, que siempre exceden a la fortuna
de los que se aventuran a comprometerlas.
Nunca hay más de dos caballos en
línea, montados en pelo, por sus mismos dueños, la frente ceñida por una tela
de colores; la longitud de la carrera pocas veces excede de mil metros, pero
aun siendo tan corta, apasiona a los jugadores, siempre en proporción al interés
particular que corresponde a su bolsillo.
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