En la segunda mitad del siglo XVIII el dominio inglés de los mares
era indiscutible. Los tiempos de la "Armada Invencible" habían
quedado tan atrás como la época en que el almirante holandés
Michel de Ruyter ostentaba una escoba a manera de insignia como símbolo
de que Holanda podía barrer del mar a todos sus enemigos.
Para los barcos franceses, holandeses y españoles, cruzar los mares
podía ser una aventura peligrosa. Entre 1702 y 1808 España
e Inglaterra sostuvieron seis conflictos armados. Una consecuencia directa
de esta belicosidad fue que España fue espaciando sus comunicaciones
y la provisión de sus colonias americanas. La protección
militar de sus dominios se vio seriamente debilitada. El último
regimiento de infantería llegado a Buenos Aires desde Burgos lo
hizo en 1784.
En el viejo mundo el principal obstáculo para la expansión
napoleónica era Inglaterra. Napoleón comenzó a soñar
con dominar las dos riberas del Canal de la Mancha. El encuentro entre
la flota aliada de España y Francia, por un lado, y los ingleses,
por otro, se produjo finalmente el 21 de Octubre de 1805 en Trafalgar,
cerca de Cádiz.
La pericia del almirante Nelson determinó el triunfo total de los
británicos. La flota aliada quedó prácticamente aniquilada
y perdió 2400 hombres. Por el lado inglés mueren más
de 1.500 marinos, entre ellos Nelson. Cuarenta días después,
Napoleón derrotó al ejército austro-prusiano en Austerlitz,
al norte de Viena. Después de Trafalgar y Austerlitz, el poder
quedó repartido: los mares para Inglaterra y el Continente para
Napoleón.
En este contexto de búsqueda nuevos mercados, tuvieron eco en Londres
las ideas del revolucionario venezolano Francisco de Miranda, soldado
de Washintgton y General en la Revolución Francesa. En Marzo de
1790 le había presentado al Primer Ministro Pitt un plan de conquista
de las colonias americanas para transformarlas en una monarquía
constitucional con la coronación de un descendiente de la casa
de los Incas como emperador de América. Decía Miranda en
su informe:"Sudamérica puede ofrecer con preferencia a Inglaterra
un comercio muy vasto, y tiene tesoros para pagar puntualmente los servicios
que se le hagan... . Concibiendo este importante asunto de interés
mutuo para ambas partes, la América del Sud espera que asociándose
Inglaterra por un Pacto Solemne, estableciendo un gobierno libre y similar,
y combinando un plan de comercio recíprocamente ventajoso, ambas
Naciones podrán constituír la Unión Política
más respetable y preponderante del mundo".
Miranda en realidad tenía una visión parcial sobre la realidad
americana. Suponía que hechos como la rebelión de Tupac
Amaru y de los Comuneros de Paraguay y Nueva Granada implicaban un signo
claro de odio a la metrópoli y al monarca. Pero realidad eran expresiones
aisladas que no encontraban un punto común de confluencia.
En 1806 Miranda intentó una invasión a Venezuela desde los
EEUU, pero fracasó por falta de apoyo local. Ese mismo año
convenció a su amigo, Sir Home Popham de que ningún español
americano se opondría a una invasión inglesa al Río
de la Plata.
Mientras tanto, en Buenos Aires el Cabildo se ocupaba de establecer multas
para los vecinos que no destruyeran a las hormigas y ratas de sus casas
y recordaba que el 14 de Mayo sería feriado para dedicar cultos
solemnes a los santos Sabino y Bonifacio, que según se creía,
eran los encargados de proteger a la ciudad de esas plagas.
Aseguraba un personaje de la Iglesia que "este patronato lo poseían
desde la fundación de la ciudad, pero su culto se había
resfriado y apagado tanto en nuestros tiempos, que los daños que
se experimentan, así en las sementeras y plantas que devoran como
en las casas y edificios que taladran, son pieza y olvido de nuestros
protectores, pues no se ruega a Dios por su intermedio".
La noche del 24 de Junio de 1806, el virrey Sobremonte asistía
a una función de teatro en la Casa de Comedias, donde se representaba
la obra de Moratín "El Sí de las niñas"
cuando recibió una comunicación del Comandante de Ensenada
de Barragán, capitán de navío francés Santiago
de Liniers, en la que le informaba que una flota de guerra inglesa había
se acercaba y que había disparado varios cañonazos sobre
su posición.
A las 11 de la mañana del 25 los ingleses desembarcaron en Quilmes
y en pocas horas ocuparon Buenos Aires.
Cuenta el inglés Gillespie que en la fonda de "Los Tres Reyes"
ingleses y españoles cenaban en lugares separados y "Una hermosa
joven que servía a los dos grupos, miró fijamente a los
españoles diciéndole en un tono claro para que todos la
oyeran: desearía caballeros, que nos hubiesen informado más
pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría
mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado
unánimemente y rechazado a los ingleses a pedradas".
El virrey Sobremonte huyó y trató de salvar los caudales
públicos, pero estos serán finalmente capturados por los
británicos. Dentro del mítico baúl podían
contarse 1.291.323 pesos plata. Parte del botín se repartió
entre la tropa. A los jefes de la expedición William Carr Beresford
y Home Riggs Popham le correspondieron respectivamente 24.000 y 7.000
libras, el resto, más de un millón fue embarcado hacia Londres.
Beresford, en su primera proclama dice que la población de Buenos
Aires está "cobijada bajo el honor, la generosidad y la humanidad
del carácter británico". Se apresuró a decretar
la libertad de comercio y redujo los derechos de Aduana para los productos
británicos. Comenzaron a visitarlo los obsecuentes de turno que
al enterarse de que el comandante inglés era muy goloso, llegaban
al fuerte portando grandes fuentes de dulce de leche y de zapallo. Según
se cuenta Beresford, probablemente ignorando las costumbres del país,
creía que el obsequio incluía al recipiente y se quedaba
con las fuentes de plata y encajonadas las enviaba a Inglaterra. Muchos
funcionarios acomodaticios pasaron por el fuerte a jurar fidelidad a su
"Gloriosa Majestad".
Manuel Belgrano prefirió retirarse a su estancia de la Banda oriental.
Antes de irse pronunciará su famosa frase "Queremos al viejo
amo o a ninguno".
El almirante Popham le escribía a Francisco Miranda:
"Mi Querido General: Aquí estamos en posesión de Buenos
Aires, el mejor país del mundo... me gustan los sudamericanos prodigiosamente."
Miranda le contestaba en tono de advertencia:
"¿Cómo quiere usted que 18 millones de habitantes,
establecidos sobre el continente más vasto y más inexpugnable
de la tierra, situado a distancia de cuatro a seis mil millas de Europa...
sean conquistados y subyugados hoy por un puñado de gente que viene
a mandarles como amos? No, mi querido amigo; la cosa no es natural ni
practicable ni posible."
Buenos Aires sería por 46 días una colonia inglesa. El Times
de Londres, decía:
"En este momento Buenos Aires forma parte del Imperio Británico,
y cuando consideramos las consecuencias resultantes de tal situación
y sus posibilidades comerciales, así como también de su
influencia política, no sabemos cómo expresarnos en términos
adecuados a nuestra idea de las ventajas que se derivarán para
la nación a partir de esta conquista."
Beresford tuvo que desalentar un incipiente movimiento de emancipación
de los esclavos porteños. Les recordó, vía Bando,
que debían mantenerse sujetos a sus dueños y estableció
duras penas para los que intentaran escaparse.
Los oficiales ingleses alternaban con las principales familias porteñas
y se alojaban en sus casas, donde se sucedían las fiestas en homenaje
a los invasores. Era frecuente ver a las Sarratea, las Marcó del
Pont, las Escalada, paseando por la alameda, del brazo de los "herejes".
Pero la mayoría de la población que era hostil a los invasores
y estaba indignada por la ineptitud de las autoridades españolas,
decidió prepararse para la resistencia. Aparecieron varios proyectos
para acabar con los ingleses. Dos catalanes, Felipe Sentenach y Gerardo
Esteve y Llach, propusieron volar el fuerte y todas las posiciones inglesas.
Martín de Alzaga, fuerte comerciante monopolista al que perjudicaba
como a nadie el libre cambio decretado por los ingleses, estaba dispuesto
a financiar cualquier acción contra los invasores. Alquiló
una quinta en Perdriel, cerca de Olivos que fue utilizada como campo de
entrenamiento militar de las fuerzas de la resistencia.
El jefe del fuerte de la ensenada de Barragán, el marino francés
Santiago de Liniers, se trasladó a Montevideo y organizó
las tropas para reconquistar Buenos Aires. Santiago de Liniers y Bremond
había nacido en La Vendée en 1753. Estudió en Malta
donde fue honrado como caballero de la Orden Soberana. En 1775 se incorporó
a la flota española durante la guerra con los argelinos y tras
esta campaña llegó con Pedro de Cevallos al Río de
la Plata. Años más tarde volvió temporariamente a
Europa y se reincorporó a la marina española ahora en lucha
con los ingleses. En 1788 fue destinado nuevamente al Río de la
Plata donde se casó con la hija del rico comerciante Martín
de Sarratea.
Ocho días después del desembarco, Liniers y su gente obligaron
a Beresford, tras haber perdido 300 de sus hombres, a rendirse el 12 de
Agosto de 1806.
El Times, no salía de su asombro:
"El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no
queda un solo soldado británico en la parte española de
Sudamérica. Los detalles de este desastre, quizás el más
grande que ha sufrido este país desde el comienzo de la guerra
revolucionaria, fueron publicadas en el número anterior".
Ante la ausencia del Virrey Sobremonte, un Cabildo abierto otorgó
a Liniers el mando militar de la ciudad, como corolario de una "pueblada"
a cuyo frente iban Juan José Paso, Juan Martín de Pueyrredón,
Joaquín Campana y el actor José de Labarden.
Esta medida era claramente revolucionaria: el cabildo ejerciendo su soberanía,
pasaba por encima de la voluntad del virrey.
Un informe del enviado español, Brigadier Curado hablaba del estado
de ebullición popular:
"Aquellos que en apariencia se encuentran revestidos del poder público
son fantasmas de grandeza, muchas veces insultados, y siempre sujetos
al pueblo, cuya anarquía es tan excesiva y absoluta, que se atreve
a objetar todas las disposiciones y órdenes de los que gobiernan
cuando no son dirigidas a sus fines."
Frente a la posibilidad de una nueva invasión, los vecinos se movilizaron
para la defensa formando las milicias ante el fracaso de la tropa regular
española.
Todos los habitantes de la capital se transformaron en milicianos. Liniers
permitió que cada hombre llevara las armas a su casa y puso a cargo
de cada jefe las municiones de cada unidad de combate.
Los nacidos en Buenos Aires formaron el cuerpo de Patricios, en su mayoría
eran jornaleros y artesanos pobres; los del interior, el de Arribeños,
porque pertenecían a las provincias "de arriba", compuesto
por peones y jornaleros; los esclavos e indios, el de pardos y morenos.
Por su parte los españoles se integraron en los cuerpos de gallegos,
catalanes, cántabros, montañeses y andaluces. En cada milicia
los jefes y oficiales fueron elegidos por sus integrantes democráticamente.
Entre los jefes electos se destacaban algunos jóvenes criollos
que accedían por primera vez a una posición de poder y popularidad.
Allí estaban Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Martín
Rodríguez, Hipólito Vieytes, Domingo French, Juan Martín
de Pueyrredón y Antonio Luis Beruti.
Liniers lo contará años después:
"¡Qué no trabajaría yo en los 11 meses después
de echar a los ingleses de Buenos Aires para hacer guerrero a un pueblo
de negociantes y ricos propietarios!... donde la suavidad del clima, la
abundancia y la riqueza debilitan el alma y le quitan energía...
El dependiente era más apto que el patrón... Me fue preciso
vencer todos esos obstáculos y una infinidad de otros... Aproveché
de la confianza que me adquirieron mis servicios a los habitantes para
hacerlos capaces de defenderse contra todos los esfuerzos que la Gran
Bretaña hacía para vencerlos".
La ciudad se militarizó pero también se politizó.
Las milicias eran ámbitos naturales para la discusión política
y el espíritu conspirativo iba tomando forma lenta pero firmemente
Dentro de ese clima, Saturnino Rodríguez Peña se puso al
habla con el general Beresford, prisionero en Luján, para interesarse
en la emancipación americana, convencerle de que por las armas
Gran Bretaña sólo ganaría enemigos en estos países,
y ofrecerle la libertad si secundaba sus ideas. El general británico
se mostró favorable a estas gestiones y se ofreció a hacerlas
conocer al conquistador de Montevideo, general Auchmuty, y al gobierno
inglés. En consecuencia, con la complicidad de varios amigos y
el conocimiento del alcalde Alzaga y de Liniers, Rodríguez Peña
hizo fugar a Beresford el 17 de Febrero.
Tal como se preveía, en Junio de 1807, una nueva expedición
inglesa, esta vez de doce mil hombres y cien barcos mercantes cargados
de productos británicos, trató de apoderarse de Buenos Aires.
Tras vencer las primeras resistencias, los invasores avanzaron sobre la
ciudad.
La capital ya no estaba indefensa. Liniers, y Alzaga, alcalde de la ciudad,
habían alistado 8.600 hombres y organizado a los vecinos. Los improvisados
oficiales habían sido civiles hasta pocos meses antes, como el
hacendado Cornelio Saavedra.
Cuando los ingleses pensaban que volverían a desfilar por las estrechas
calles, desde los balcones y terrazas fueron recibidos a tiros, pedradas,
torrentes de agua y aceite hirviendo. "Cuando las 110 velas de la
gran armada británica se divisaron en el horizonte –dirá
Manuel José García en sus Memorias-, este espectáculo
capaz de intimidar a los más aguerridos no causó el menor
recelo a los colonos". Entre sorprendidos y chamuscados los ingleses
optaron por rendirse. En el acta de la capitulación pretenden,
infructuosamente, incluir una cláusula que los autorizaría
a vender libremente la abundante mercadería traída en los
barcos.
El 28 de Enero de 1808 comenzó en Londres el juicio contra Whitelocke.
Por momentos intentó una defensa diciendo cosas como "esperaba
encontrar una gran porción de habitantes preparados a secundar
nuestras miras. Pero resultó ser un país completamente hostil".
Pero el fallo fue durísimo. Disponía que "dicho teniente
general Whitelocke sea dado de baja y declarado totalmente inepto e indigno
de servir a S.M. en ninguna clase militar." Y agregaba "para
que sirva de eterno recuerdo de las fatales consecuencias a que se exponen
los oficiales revestidos de alto mando que, en el desempeño de
los importantes deberes que se les confían, carecen del celo, tino
y esfuerzo personal que su soberano y su patria tienen derecho a esperar
de ellos".
Whitelocke concluyó su alegato con palabras contundentes:
"No hay un solo ejemplo en la historia, me atrevo a decir, que pueda
igualarse a lo ocurrido en Buenos Aires, donde, sin exageración,
todos los habitantes, libres o esclavos, combatieron con una resolución
y una pertenencia que no podía esperarse ni del entusiasmo religioso
o patriótico, ni del odio más inveterado."
Fuente: "www.elhistoriador.com.ar"
|