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El Sitio de la Tradición Gaucha Argentina |
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TRADICIONES BAILES |
EL CANTOR
(1845)
DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
El gaucho cantor es el mismo bardo, el vate, el trovador
de la Edad Media, que se mueve en la misma escena, entre las luchas de las
ciudades y del feudalismo de los campos, entre la vida que se va y la vida
que se acerca. El Cantor anda de pago
en pago, "de tapera en galpón", cantando sus héroes de la pampa
perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios robaron
sus hijos en un malón reciente, la derrota y muerte del valiente Rauch, la
catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez. El Cantor
está haciendo candorosamente el mismo trabajo de crónica, costumbre, historia,
biografía, que el bardo de la Edad Media, y sus versos serían recogidos más
tarde como los documentos y datos en que habría de apoyarse el historiador
futuro, si a su lado no estuviese otra sociedad culta con superior inteligencia
de los acontecimientos que la que el infeliz despliega en sus rapsodias ingenuis.
En la República Argentina se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas
en un mismo suelo; una naciente, que, sin conocimiento de lo que tiene sobre
su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media;
otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos
resultados de la civilización europea. El siglo XIX, y el siglo XII viven
juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en Ias campañas.
El Cantor no tiene residencia fija; su morada está
donde Ia noche lo sorprende; su fortuna, en sus versos, en su voz. Donde quiera
que el Cielito enrieda sus parejas sin tasa, donde quiera que se apure una copa
de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en el festín,
El gaucho argentino no bebe si la música y los versos no lo excitan, cada pulpería
tiene su guitarra para poner en manos del Cantor a quien el grupo de caballos
estacionados a la puerta anuncia a lo lejos donde se necesita el concurso de su
gaya ciencia.
El Cantor mezcla sus cantos heroicos con la relación
de sus propias hazañas. Desgraciadamente, el Cantor, con ser el bardo
argentino, no está libre de tener que habérselas con la justicia. También tiene
que dar la cuenta de sendas puñaladas que ha distribuido, una o dos desgracias
(muertes) que tuvo y algún caballo o una muchacha que robó. El año 1840, entre
un grupo de gauchos y a orillas del majestuoso Paraná estaba sentado en el
suelo y con las piernas cruzadas, un Cantor que tenía azorado y divertido a su
auditorio con la larga y animada historia de sus trabajos y aventuras. Había ya
contado lo del rapto de la querida, con los trabajos que sufrió; lo de la
Desgracia y la disputa que la motivó; estaba refiriendo su encuentro con la
partida y las puñaladas que en su defensa dio, cuando el tropel y los gritos de
los soldados le avisaron que esta vez estaba cercado. La partida, en efecto, se
había cerrado en forma de herradura; la abertura quedaba hacia el Paraná, que
corría veinte yardas más abajo, tal era la altura de la barranca. El Cantor oyó
la grita sin turbarse; viósele de improviso sobre el caballo, y echando una
mirada escudriñadora sobre el círculo de soldados con las tercerolas
preparadas, vuelve el caballo hacia la barranca, le pone el poncho en los ojos
y clávale las espuelas. Algunos instantes después se veía salir de las profundidades
del Paraná, el caballo sin freno, a fin de que nadase con más libertad, y el
Cantor tomado de la cola, volviendo la cara quietamente, cual si fuera en un
bote de ocho remos, hacia la escena que dejó en la barranca. Algunos balazos de
la partida no estorbaron que llegase sano y salvo al primer islote que sus ojos
divisaron.
Por lo demás, la poesía original del cantor es
pesada, monótona, irregular, cuando se abandona a la inspiración del momento.
Más narrativa que sentimental, llena de imaginaciones tomadas de la vida
campestre, del caballo y las escenas del desierto, que la hacen metafórica y
pomposa. Cuando refiere sus proezas o las de algún afamado malévolo, parécese
al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico de ordinario, elevándose a
la altura poética por momentos para caer de nuevo al recitado insípido y casi
sin versificación. Fuera de esto, el
cantor posee un repertorio de poesías populares, quintillas, décimas y octavas,
diversos géneros de versos octosílabos.
Entre éstos hay muchas composiciones de mérito y que descubren
inspiración y sentimiento.
LOS BAILES
(1866)
SANTIAGO ESTRADA
Los bailes ya no tienen su campo de batalla en las
barracas, porque las mozas no las frecuentan de algún tiempo a esta parte. Las
aficionadas los dan en sus casas.
Es de ver cómo se agrupan en el espacio reducido de
un rancho, hasta treinta personas, que ocupan el lugar de la puerta, las pocas
sillas de la casa, el baúl de su dueña y la monumental cama de pilares y
pabellón, en que ésta reposa de sus tareas.
Una vela de baño colocada en un candelero de hoja de lata, alumbra la
escena.
Los bailarines están emponchados y sus bocas parecen
chimeneas de vapor. El bastonero no falta en estas reuniones. El guitarrero se
sienta y cruza la pierna izquierda sobre la derecha, para esperar sus órdenes,
y apenas va a romper el baile. En los intermedios de éste, el cimarrón pasa de
mano en mano, y alguno de los presentes echa la relación del alcalde que oía
muchas demandas, que siempre terminaban con alcaldadas de tío y muy señor mío.
El gato, baile parecido al zapateado español, es
acompañado por un canto que empieza así: Salta la perdiz madre, / salta Ia
infeliz! / ¡Que se la lleva el gato, / el gato mis-mis! Esta danza la ejecuta
una sola pareja, haciéndose notar
siempre la gracia que en ella despliegan las mujeres. El bastonero, después de designar las parejas que han de bailar
el cielo, se sienta a verlas funcionar.
El cielo empieza por un paso de mímica, en que el caballero parece
invitar a la dama a bailar. Aquélla
elude el compromiso y huye de él imitando sus movimiento; pero al fin cede y
entonces ejecutan una especie de vals a dos tiempos, terminado el cual, las
parejas quedan en su puesto anterior: luego que ha terminado esta parte,
empiezan la tercera, que se asemeja mucho a la cadena de los lanceros.
Los paisanos se entregan a este baile con un
entusiasmo verdaderamente infantil. Los
requiebros a las mozas no escasean, como tampoco las relaciones que echan damas
y caballeros, entre parte y parte del cielo.
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