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El Sitio de la Tradición Gaucha Argentina |
NUESTRAS
TRADICIONES BAILES |
EL BAILE (1870)
ROBERTO B. CUNNINGHAME GRAHAM
Cuando galopábamos hacia una pequeña eminencia,
Eustaquio Medina detuvo su caballo y se volvió hacia nosotros: “Ahí está la
casa”, dijo... “en el fondo de ese bajo...”. Cuando vimos la titilación de las
luces, golpeó con la palma de la mano sobre la boca, a la manera de los indios
y soltó un grito penetrante ...
Había caballos por todas partes, unos atados, otros maneados. Del interior... salían notas del acordeón y cencerreos de guitarras.
...Saludamos a grito herido al dueño de la casa, un
viejo gaucho alto, de nombre Frutos Barragán, que esperaba a un lado de la
puerta con el mate en la mano. Nos dio la bienvenida aconsejándonos que
atáramos las bestias...
En el bajo rancho de paja, cuyos aleros estaban
ennegrecidos por el hollín, ardían, sobre hierros de marcar, tres o cuatro
candilejas... de sebo de yegua y provistas de una mecha que requería con
frecuencia el cuidado de las despabiladeras...
Cuando por acaso titilaban, iban a iluminar las
fachas curtidas de los gauchos... y los vestidos de algodón de las mujeres,
sentadas en sillas recostadas contra la pared. Algunos vascos robustos, uno o
dos ingleses... y uno o dos italianos componían la sociedad. El piso era de
tierra pisada, dura y brillante como un cemento.
Un ciego paraguayo, de muchos años, tocaba la
guitarra, y un negro, enorme, le acompañaba en el acordeón. Sus esfuerzos
aunados, producían una música que era, en verdad, vigorosa. De cuando en
cuando, uno de los dos rompía en un canto de tono altísimo y melancólico...
Llenaba el aire el humo de los cigarros y de las emanaciones del aguardiente y
de un vino catalán y capitoso, muy favorecido por las mujeres, que bebían de un
solo vaso y lo pasaban de mano en mano, ceremoniosamente... Al fin cesó el canto
y la orquesta preludió... Los hombres se alzaron, se retiraron al rincón de la
pieza, donde las mujeres se habían amontonado como para protegerse las unas a
las otras y con un cumplimiento las trajeros al espacio destinado a la danza...
Las ropas sueltas les daban a los movimientos del
gaucho, cuando giraba con su pareja, un aire de desenvoltura y facilidad, en
tanto que los ojos miraban por encima de los hombros...
A ratos se separaban, volvía a acercarse con aire de
gravedad y luego el hombre, adelantándose, tomaba a su pareja por el talle y
parecía impulsarla hacia atrás con los ojos cerrados, en una expresión de
beatitud. La circunspección era la nota
dominante de la escena, y aunque los movimientos de la danza no carecían de
atrevimiento, según la intención de los danzantes, en el efecto había mucha
gracia, y la había también en el suave modo de escurrir el cuerpo y de agitar
en la luz vacilante los vestidos rayados de colores vivos y originales.
Durante los intervalos, el aguardiente fluía
copiosamente. Los danzantes se secaban el sudor de la frente... El viejo
paraguayo y el negro, bañados en sudor, continuaban tocando... Cuando la música
cesaba por momentos, hendía los aires el relincho de un caballo... como
llamando a su dueño para volver a casa.
La noche se agotaba y el negro y el paraguayo continuaban
empeñados en fatigar los instrumentos...
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