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HISTORICAS ARGENTINAS |
28 de octubre de 1865 – Amotinamiento de reclutas en Catamarca
La tarea que el gobernador de Catamarca, Victor Maubecín, acometió
con mayor entusiasmo durante su gobierno fue la formación del contingente
con que la provincia debía contribuir al Ejército del Paraguay.
Guerra impopular esta de la Triple Alianza. Tradiciones y documentos nos hablan
de la resistencia que demostró parte de nuestro pueblo frente a la
recluta ordenada por el Gobierno Nacional. Algo decía al sentimiento
de nuestros paisanos que esa contienda ninguna gloria agregaba a los lauros
de la patria, y que tampoco existían motivos para pelear contra un
pueblo más acreedor a su simpatía que a su rencor. En Entre
Ríos, los gauchos de Urquiza desertaron en masa, pese a que en otras
ocasiones fueron leales hasta la muerte con su caudillo. En La Rioja, el contingente
de 350 hombres asignado a la provincia se reclutó entre la gente de
la más baja esfera social. Un testigo calificado, el juez nacional
Filemón Posse, explicaba al Ministro de Justicia, Eduardo Costa, los
procedimientos compulsivos que había utilizado el gobierno local al
expresar que “se ponían guardias hasta en las puertas de los
templos para tomar a los hombres que iban a misa, sin averiguar si estaban
eximidos por la ley”.
El método usado para el reclutamiento, tanto como el duro trato a que
fueron sometidos los “voluntarios” durante los tres meses que
duró la instrucción militar, fueron causa de varias sublevaciones.
El mismo testigo señala, a ese respecto, el estado de desnudez de la
tropa, lo cual movía la compasión del vecindario cuando salía
a la plaza para recibir instrucción. “Más parecen mendigos
que soldados que van a combatir por el honor del pueblo argentino”,
afirmaba sentenciosamente, agregando que tal situación suscitó
la piadosa intervención de la Sociedad San Vicente de Paul que les
proveyó de ropa y comida. Acusaba también al gobernador Maubecín
de incurrir en una errónea interpretación del estado de sitio,
cuando exigía al vecindario auxilios de hacienda y contribuciones forzosas
para costar los gastos de la movilización.
La situación que se ha descrito veíase agravada por el trato
duro e inhumano que se daba a los reclutas. José Aguayo, uno de los
oficiales instructores, ordenó cierta vez por su cuenta, la aplicación
de la pena de azotes en perjuicio de varios soldados. Olvidaba o ignoraba,
quizás, que la Constitución Nacional prohibía expresamente
los castigos corporales. Este hecho motivó un proceso criminal en contra
del autor, cuando los damnificados denunciaron el vejamen ante el Juzgado
Federal. Su titular falló la causa condenando a Aguayo a la inhabilitación
por diez años para desempeñar oficios públicos, y a pagar
las costas del juicio. Dicha sentencia disgustó a Maubecín,
quien negó jurisdicción al magistrado para intervenir a propósito
de los castigos impuestos en el cuartel “a consecuencia de una sublevación”.
El gobernador calificaba de “extraña” la intervención
de Filemón Posse y afirmaba que esa ingerencia era “una forma
de apoyo a los opositores sublevados”. El choque entre el juez y gobernador
originó un pleito sustanciado en la esfera del Ministerio de Justicia
y dio materia a una sonada interpelación al ministro Eduardo Costa
por parte del senador catamarqueño Angel Aurelio Navarro.
Los “voluntarios” se sublevan
El mes de octubre de 1865 llegaba a su término. Faltaban pocos días
para la partida hacia Rosario del batallón “Libertad” cuando
un incidente vino a conmover a la población. La tropa de “voluntarios”,
cansada de privaciones y de castigos, se amotinó con el propósito
de desertar. No es aventurado suponer que para dar ese paso debe haber influido
un natural sentimiento de rebeldía contra la imposición de abandonar
la tierra nativa, a la que seguramente muchos no volverían a ver. Actores
principales de la revuelta fueron poco más de veinte reclutas, pero
la tentativa fue sofocada merced a la enérgica intervención
de los jefes y oficiales de la fuerza de custodia.
Inmediatamente, por disposición del propio Gobernador, jefe de las
fuerzas movilizadas, se procedió a formar consejo de guerra para juzgar
a los culpables. El tribunal quedó integrado con varios oficiales de
menor graduación y la función del fiscal fue confiada a aquel
teniente José Aguayo, procesado criminalmente por el Juez Federal a
raíz de la pena de azotes impuesta a otros soldados.
Actuando en forma expeditiva, el cuerpo produjo una sentencia severa y originalísima
en los anales de la jurisprudencia argentina. Los acusados fueron declarados
convictos del delito de “amotinamiento y deserción”. Tres
de ellos, a quienes se reputó los cabecillas del motín, fueron
condenados a la pena de muerte aunque condicionada al trámite de un
sorteo previo. Solamente uno sería pasado por las armas, quedando los
otros dos destinados a servir por cuatro años en las tropas de línea.
Los demás acusados, 18 en total, recibieron condenas menores que variaban
entre tres años de servicio militar y ser presos hasta la marcha del
contingente.
La muerte en un tiro de dados
La sentencia fue comunicada a Maubecín, quien el mismo día -28
de octubre- puso el “cúmplase en todas sus partes” y fijó
el día siguiente a las 8 de la mañana para que tuviera efecto
la ejecución. Un acta conservada en el Archivo Histórico de
Catamarca nos ilustra sobre las circunstancias que rodearon el hecho.
A la hora indicada comparecieron en la prisión fiscal, escribano y
testigos. El primero ordenó que los reos Juan M. Lazarte, Pedro Arcadé
y Javier Carrizo se pusieran de rodillas para oír la lectura de la
sentencia. Enseguida se les comunicó que “iban a sortear la vida”
y, a fin de cumplir ese espeluznante cometido, se les indicó que convinieran
entre sí el orden del sorteo y si la ejecución recaería
en quien echara más o menos puntos. En cuanto a lo primero, quedó
arreglado que sería Javier Carrizo el primero de tirar los dados, y
respecto de lo segundo, que la pena de muerte sería para quien menor
puntos lograra.
Ajustado que fue el procedimiento, se vendó los ojos a los condenados
y se trajo una “caja de guerra bien templada”, destinada a servir
de improvisado tapete. Cumplidas esas formalidades previas, Javier Carrizo
recibió un par de dados y un vaso.
No cuesta mucho imaginar la dramática expectativa de aquel instante,
el tenso silencio precursor de esa definición. La muerte rondaba sombría
y caprichosa como la fortuna en torno a la cabeza de esos tres hombres. Es
probable que hayan formulado una silenciosa imploración a Dios para
que ese cáliz de amargura pasara de sus labios.
Javier Carrizo metió los dados dentro del vaso. Agitó luego
su brazo y los desparramó sobre el parche… ¡Cuatro!. Tocaba
a Lazarte repetir el procedimiento de su compañero de infortunio. Tiró…
¡Siete!. Las miradas se concentraron entonces en la cara y en las manos
del tercero. Pedro Arcadé metió los dados en el cubilete, agitó
el recipiente y tiró… ¡Sacó cinco!. La suerte marcaba
a Javier Carrizo con un signo trágico.
El acta nos dice que se llamó a un sacerdote a fin de que el condenado
pudiera preparar cristianamente su alma. Después de haber sido desahuciado
por los hombres, sólo le quedaban el consuelo y la esperanza de la
fe. El pueblo catamarqueño, que tantas veces fue sacudido por hechos
crueles derivados de las luchas civiles, nunca había sido testigo de
un fusilamiento precedido de circunstancias tan insólitas.
En otro orden de cosas, parece necesario decir que la pena de muerte aplicada
a Javier Carrizo cumplió el propósito de escarmiento que la
inspiraba. A lo que sabemos, no se produjo más tarde ninguna sublevación
del batallón de “voluntarios” Libertad. Conducido por el
propio Maubecín, hasta el puerto de Rosario, llegó a destino
y sus componentes pelearon en el frente paraguayo dando pruebas de heroísmo.
Estuvieron en las más porfiadas y sangrientas batallas: Paso de la
Patria, Tuyutí, Curupaytí y otras. De los 350 soldados que salieron
del Valle, el 6 de noviembre de 1865, solo regresarían 115 al cabo
de 5 años. Los demás murieron en los fangales de los esteros
paraguayos.
Fuente:
Armando Raúl Bazán – La Pena de Muerte por Sorteo en Catamarca
Antook – Reclutamiento en Catamarca (2007).
Todo es Historia – Año 1, Nº 1, Mayo de 1967
Oscar
J. Planell Zanonem - Oscar A. Turone
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