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HISTORICAS ARGENTINAS |
22 de Noviembre de 1786 - Nacimiento del brigadier general Estanislao López
Nació en Santa Fe el 22 de noviembre de 1786 y era hijo de una familia
pobre y virtuosa. Su padre, Juan Manuel Roldán, era capitán
de milicias provinciales y descendía de conocidas familias de la colonia.
Se educó en las escuelas locales y a los 15 años salió
de ellas para trasladarse a la frontera del Norte en calidad de soldado. Muy
joven fue hecho cadete, calidad en la que permaneció largos años.
La vida del campo, la guerra contra el indio y su contacto diario, dieron
a Estanislao López agilidad y destreza suma en el caballo y la lanza.
Conocedor de todas las argucias de los aborígenes, de sus ataques nocturnos,
de su arte guerrero, más tarde aplicará estos procedimientos
en su famosa táctica montonera y ella le permitirá ser invencible
ante los generales de la Independencia, al frente de ejércitos regulares.
En la frontera se relacionó con los caciques indios que luego supo
halagar y hacer entrar en sus emprendimientos, conteniendo sus desórdenes
y atropellos con mano de hierro, cuando fue necesario.
Sirvió en la Reconquista de Buenos Aires, en 1806, y después
del estallido de la Revolución de Mayo se hallaba sirviendo como sargento,
destacado en un pueblo de Misiones. Abandonó luego su guarnición
para ir a solicitar al general Manuel Belgrano que le permitiese marchar con
la división de Machain, que fue la primera que pisó el territorio
paraguayo, el 19 de diciembre de 1810. Los 100 Blandengues santafecinos sobresalieron
por su denuedo en aquella campaña azarosa.
Tomado prisionero en Tebicuary, López fue conducido a Montevideo, que
se hallaba en poder de los realistas, y detenido con otros patriotas a bordo
de la fragata española “Flora”, que servía de pontón.
Una noche, sin ser sentido, se arrojó al agua, logrando llegar al campo
sitiador del coronel José Rondeau. Permaneció en Montevideo,
hasta que en el mes de octubre de 1811 fue levantado el asedio por el tratado
firmado entre el Gobierno de Buenos Aires y el Virrey Elío. López
regresó a Santa Fe, siendo uno de los pocos que llegaron a su provincia
de los 100 Dragones santafecinos que se habían incorporado allí
a Manuel Belgrano.
Cayó prisionero del coronel José Eusebio Hereñú
en el combate del Sauce o del Espinillo, en 1815, juntamente con el coronel
Holmberg. Hallándose en la ciudad de Santa Fe el capitán Contuso,
su segundo, el teniente Estanislao López, aprovechó su ausencia
para sublevarse en Añapiré el 2 de marzo de 1816. Siguió
el ejemplo de López el día 7 la 2ª compañía
encabezada por el sargento Marcelino Avellaneda. Pronto se le incorporó
Mariano Vera, poniéndose a la cabeza de los sublevados. Otras sublevaciones
producidas, dejaron al general Viamonte aislado en la ciudad de Santa Fe,
esperando el auxilio que había solicitado a Buenos Aires, que se encontraba
en San Nicolás de los Arroyos. López se hallaba entre los que
estaban en abierta oposición con las fuerzas legales. Vera se proclamó
gobernador, y desde la bajada de Andino destacó la compañía
de Blandengues de Estanislao López, hecho ya capitán, quien
en canoa pasó el río tirando su caballo, y siguiéndole
del mismo modo la demás gente, a nado, con sus caballos y armas unos,
a pie otros, y muchos sin arma alguna. En esta forma se apoderó de
los barcos porteños, que estaban a las órdenes del general Matías
Irigoyen.
El 31 de agosto se apoderaron de la ciudad de Santa Fe. Estanislao López
fue el héroe de esta campaña y en compensación a su valor
y energía, obtuvo del gobierno de la provincia, el grado de teniente
coronel y el nombramiento de comandante general de armas. En marzo de 1818
emprendió una expedición contra los indios del Chaco, la que
prosiguió con éxito los meses siguientes.
El 23 de julio de 1818, Estanislao López se nombró gobernador
interino de la provincia de Santa Fe por sí mismo, lo que hizo conocer
por medio de un bando público; separándose de este modo de la
provincia de Buenos Aires. Posteriormente se alió con el caudillo José
Gervasio de Artigas, de la Banda Oriental y con Francisco Ramírez de
Entre Ríos. Su autoridad fue legitimada en julio de 1819 por una asamblea
provincial, y a partir de entonces ejerció el gobierno durante veinte
años, “en forma discrecional, pero entre sus contemporáneos”,
como dice Susana N. de Molinas.
Después del tratado del Pilar se separó de la liga artiguista,
junto con Francisco Ramírez, y en 1821 luchó contra el Supremo
Entrerriano, hasta su derrota. El 6 de diciembre de 1821 fue reelecto gobernador
de la provincia, funciones que mantendría hasta su muerte, acaecida
el 15 de junio de 1838. Su mayor prestigio y poder fue ejercido entre 1828
y 1835, es decir, después del motín de Lavalle. En 1829 la Representación
Nacional reunida en Santa Fe lo designó jefe del ejército nacional
destinado a luchar contra Lavalle, a quien derrotó en Puente de Márquez,
con el apoyo de Juan Manuel de Rosas.
Su amistad con los hermanos Reinafé, de Córdoba; su enemistad
con Juan Facundo Quiroga, y la influencia que en su gobierno tuvo Domingo
Cullen, fueron factores fundamentales en la vida de Estanislao López,
cuyas tentativas en pro de la constitución confederal, de 1831, fueron
desbaratadas por la alianza Rosas-Quiroga.
En la historia argentina se lo denomina impropiamente “el Patriarca
de la Federación”, ya que tal título le correspondería
a Artigas, o en todo caso a Mariano Vera. López suplió con inteligencia
natural su deficiente formación cultural, y por eso mismo sufrió
la influencia de fuertes personalidades que lo rodearon. Sus tesis de economía
regional proteccionista, de 1830, sostenidas contra Buenos Aires, eran válidas,
pero no contó con aliados suficientes para imponerlas, ya que Juan
Facundo Quiroga, el jefe del federalismo del noroeste, nunca fue su amigo
y don Juan Manuel de Rosas pudo fácilmente jugarlo contra la Comisión
Representativa, en los preliminares de la firma del Pacto Federal del 4 de
enero de 1831.
Fuente:
Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Confederación
– Buenos Aires (1970).
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas –
Buenos Aires (1939).
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22 de Noviembre – Día del Servicio de Bandas Militares
En los años 1806-07 con motivo de las luchas contra los ingleses la
música militar adquirió gran auge. Se formaron numerosas bandas
militares a tal punto que en la revista general de enero de 1807 encabezaban
la marcha del ejército “cien tambores, seguidos de brillantes
bandas de música”. El 27 de junio de 1806 el general Beresford
al frente de 1.641 hombres y seis cañones entró en Buenos Aires.
Después de desembarcar en Quilmes y cruzar el Riachuelo esta tropa
llegó a la altura del templo de Santo Domingo “sin más
ruido que el de sus pasos y con todo el orden de una estricta disciplina,
donde se detuvo”. Dando las tres de la tarde y bajo un grande aguacero
y con mucho lodo se inició la marcha final; de las tres y media a las
cuatro de la tarde, por la calle de la Residencia (actual Defensa), formados
en columna de doce hombres de frente, con sus banderas desplegadas, sus gaiteros,
20 trompas y la banda militar al frente, marcharon hacia la Plaza y ocuparon
el Fuerte.
Mariquita Sánchez de Thompson y Mendeville, que entonces tenía
veinte años, presenció desde el balcón de su casa, junto
con otras jóvenes, la entrada de los ingleses y así lo relata
en sus recuerdos: “Entraba por la plaza con su música el Regimiento
71 de escoceses al mando del coronel Pack; las más lindas tropas que
se podían ver, el uniforme más poético: botines con cinta
punzó cruzadas, una parte de las piernas desnudas, una pollerita corta,
las gorras de una tercia de alto adornadas con plumas negras y una cinta escocesa
que formaba el cintillo; un chal escocés como banda sobre una casaquilla
corta punzó”.
En el “Diario de un Soldado” encontramos valiosas referencias
a las músicas militares de la época: “A las tres de la
tarde entró el enemigo y se apoderó de la Fortaleza y de los
cuarteles, a son de música ha sido su entrada. Su regimiento 71, tan
afamado en Inglaterra, está formado por hombres escogidos de gran altura
y sus oficiales pertenecen a las clases principales de Escocia. Su uniforme
con la casaquilla dorada, la banda de sarga de lana tejida de colores con
sus cuadritos y medias de la misma manera parece un traje de Arlequín.
Su gorra es alta, de pelo negro y adornada con plumas negras”.
El autor de este Diario dice que la banda del Regimiento 71 constaba de 20
trompetas y 6 gaiteros, además de los músicos que formaban la
banda propiamente dicha, agregando que “esta famosa banda ejecutaba
las tocadas de llamadas con marchas a modo de contradanzas y cuando se sentía
el estridente sonar de sus 20 trompetas mucha gente del pueblo se entristecía
de ánimos… Los seis gaiteros tocaban a solo cuando paraba la
demás música”. Todas las tardes de tres a seis tocaban
la banda y las gaitas por las calles, pues en cada esquina había dos
centinelas ingleses. Su música militar tocaba por las calles en las
tardes para levantar el ánimo de su tropa y “ayudaba a que oficiales
y tropa no se emborrachasen y estuvieran alertas”. Esta banda ofrecía
conciertos en el paseo de la Alameda y a ellos concurrían familias
porteñas y oficiales ingleses. Dice Gillespie que “tal era la
pasión femenina por la música que el maestro de banda del Regimiento
71 fue invitado a dar lecciones; muchas discípulas acudieron a él
y, como era un excelente compositor, sus pequeñas piezas se compraban
inmediatamente. Hicieron todo lo posible para retenerlo después que
nos enviaron al interior, sin lograrlo, pero amasó dinero suficiente
para asegurarse comodidades mientras estuvo prisionero en aquel continente”.
Este maestro, cuyo nombre ignoramos debe ser “el músico inglés
que vive en la casa de don Antonio José de Escalada, frente a la Plaza
Mayor”, según un documento de 1807. De los músicos ingleses
que integraban la banda del 71, siete fueron confinados a Mendoza y allí
animaron las tertulias de la ciudad, dejando varios discípulos.
El bastón del tambor mayor de la banda del 71 se conserva en el museo
de Luján y su empuñadura es de plata con inscripciones alusivas.
Este maestro inglés instruyó a los músicos que formaron
las bandas de Patricios, Artillería y otros cuerpos, incorporando instrumentos
que hasta entonces no se conocían en Buenos Aires, como el trombón,
el bascorno y el serpentón, que era como una gran culebra negra y enroscada.
En el Diario de don Pedro A. Cerviño, en que se relatan los sucesos
del 17 hasta el 30 de junio de 1806, encontramos una noticia que demuestra
la importancia que tenían los distintos toques militares: “Casi
puestos en formación de batalla cuando tratamos de alinearnos con las
filas a que nos uníamos, por disposición del señor Arze
y sin precedente aviso al Coronel, ni la menor instrucción de lo que
debíamos ejecutar, se tocó por un tambor montado, retirada,
toque que muchos no oímos, ni aún cuando lo oyéramos
sin otro antecedente, conoceríamos su objeto, pués que la enseñanza
de este Regimiento fue con trompeta que es lo que establece el Real reglamento
del catorce de enero de mil ochocientos uno. En vista del toque, los Blandengues
convirtieron con precipitación sobre el costado izquierdo y rompieron
por nuestras filas con el mayor desorden, poniéndonos a todos en el
mismo….. el sub-inspector dispuso la marcha con un tambor montado previniendo
que siguiésemos una marcha pausada y que cuando él mandase tocar
redoble al tambor hiciésemos alto…”.
En el artículo primero de las “capitulaciones” de los ingleses
en 1806 se decía: “Saldrá la Tropa de esta Fortaleza con
los honores de guerra, banderas desplegadas, armas al hombro y tambor batiente…”.
En las memorias de Francisco Seguí se hace referencia a los ejercicios
continuos que se realizaban en las calles y plazas de Buenos Aires, bajo el
mando del coronel César Balbiani en el período entre la primera
y la segunda invasión inglesa. El 15 de enero de 1807 Liniers ordenó
una revista general del ejército que se realizaría en Barracas:
7.000 soldados y 50 cañones formaron en ese campamento. A las dos y
media de la mañana, cuenta Seguí, salieron del Fuerte 100 tambores,
seguidos de brillantes bandas de música, y rompiendo la generala (aire
marcial que figuraba entre los toques de ordenanza), marcharon las tropas
en larga columna por la calle de Santo Domingo hacia el lugar del campamento
a donde llegaron a las cuatro de la mañana. El pueblo, especialmente
el bello sexo, alegre y jubiloso acompañaba a la tropa, a pie, a caballo
o en carruajes de toda especie. A las diez se pasó la revista y después
vivaqueó la tropa para lo cual el Cabildo había costeado pan
y vino (un barril por compañía). El anónimo autor del
“Diario de un Soldado” dice que ese día “se regaló
con dos gallinas, una lengua y 2 botellitas del puerto”. A las tres
de la tarde se concluyó el festejo y la tropa formada emprendió
el regreso a la ciudad “a son de cajas y músicas de cada cuerpo
que atronaban el aire con sus sonidos…”.
En 1807 se celebraron festejos en Buenos Aires al recibirse la lámina
de oro y plata enviada por la ciudad de Oruro a raíz de los triunfos
sobre los ingleses. Con tal motivo las bandas de los cuerpos de Patricios
y de Vizcaínos ofrecieron conciertos en la Plaza Mayor y en las galerías
del Cabildo. Ese mismo año, con motivo de la ascensión al trono
de Fernando VII, la banda del cuerpo de Patricios instalada en un tablado
“divirtió al público por espacio de seis horas con alegres
sonatas”. La banda de Vizcaínos tocó en un tablado colocado
enfrente del Real Consulado, manteniéndose tocando “hasta muy
tarde de la noche”.
La banda de Patricios estaba integrada en 1807 por veinte músicos.
La banda de Vizcaínos contaba con 10 músicos. El tercio de voluntarios
de Galicia contaba también con 10 músicos, el 30 de junio de
1807.
En el Diario de Juan Manuel Beruti hay numerosas referencias a las bandas
militares de la época. Al referirse a las honras fúnebres realizadas
en la Catedral el 19 de julio de 1807 expresa que “la música
del cuerpo de Patricios compuesta de más de veinte músicos de
varios instrumentos tocaban una marcha primorosa la que alternaba con los
once tambores y tres pífanos…”. Cuando el 24 de diciembre
de 1807 se recibió en Buenos Aires la lámina de plata de Oruro,
participaron en el cortejo las bandas de Patricios, Vizcaínos, Catalanes,
Voluntarios, Artillería y otros cuerpos. La lámina de plata
iba en un carruaje sobre unos cojines de terciopelo carmesí y por delante
del mismo marchaba la banda del cuerpo de Vizcaínos y por detrás
las otras bandas. En los balcones del Cabildo se expuso la lámina o
tarja y en un tablado instalado frente al mismo las bandas tocaron hasta las
once de la noche. El 21 de julio de 1808 en la iglesia de la Piedad se recordó
a los muertos en la acción de los Corrales de Miserere (2 de julio
de 1807) y la banda del cuerpo de Arribeños llevaba fajas negras de
luto en los instrumentos, pitos y tambores. Dice Beruti en su diario, que
“los tambores cubiertos de bayetas negras alternaban con una famosa
música fúnebre, estando todos los instrumentos destemplados,
como igualmente los tambores y pífanos”.
El 3 de julio de 1808 Liniers presidió una ceremonia en un tablado
levantado frente al Cabildo donde se entregaron donaciones a las viudas y
huérfanos de los caídos en la lucha contra los ingleses y “frente
a dicho tablado una gran orquesta compuesta de todas las músicas de
los cuerpos de la guarnición”. Por la noche estas bandas se colocaron
en los cuatro ángulos del tablado y se alternaron en las ejecuciones
hasta las nueve de la noche.
Durante los festejos en honor a Fernando VII, el 21, 22 y 23 de agosto de
1808, se iluminó el gran balcón del Cabildo con 73 hachas de
cera y sobre el tablado mencionado volvieron a tocar las bandas citadas. El
Real Consulado iluminó su frontis con hachas de cera y más de
mil vasos de colores con aceite y en la vereda opuesta una banda tocó
durante varias horas. Los Patricios iluminaron el frente de su cuartel con
candelas, levantaron un arco de triunfo y un tablado donde tocó “su
famosa música militar”. El cuerpo de Catalanes dio un convite
al virrey Liniers y al Cabildo en su cuartel, amenizado por su banda de música.
Al término se arrojaron por el balcón al público “mucho
dinero y una porción de dulces”. Por la noche se colocaron cuatro
pipas de vino en la Plaza Mayor, donde iban a tomar los que querían,
pues se daba de gracia. En estas tres noches de festejos “el virrey
Liniers acompañado por los miembros del Cabildo y escoltado por soldados
y criados que llevaban antorchas y una gran banda de música, visitó
todos los cuarteles donde eran recibidos con el correspondiente refresco”.
Cuando la asonada de los elementos españoles para deponer a Liniers,
el 1º de enero de 1809, el cuerpo de Patricios que era adicto al virrey,
salió del Fuerte formado en columna por su puerta principal, con su
famosa música a la cabeza tocando aires marciales y atravesando la
plaza se dirigió a su cuartel entre las aclamaciones del público
allí reunido. Poco después regresó a la plaza acompañado
por los cuerpos de Artilleros de la Unión y Montañeses, quienes
también llevaban su banda al frente que tocaba marchas militares, ocupando
el frente de la Recova frente al Cabildo donde se habían hecho fuertes
los cuerpos de Catalanes, Gallegos y Vizcaínos. La banda de Patricios
estaba formada por ocho clarinetes, dos octavines, dos trompas, dos fagotes,
un serpentón, dos clarines, un combo, un triángulo, una pandereta,
en total 21 músicos, además de once tambores y tres pífanos
de la banda lisa.
Los músicos de las bandas lisas de la guarnición de Buenos Aires,
en 1810, según el extracto de revista verificado el 12 de mayo de ese
año eran 150 tambores y 15 pífanos.
Banda Tambor de Tacuarí
La música se cuela por entre las hilachas del ropaje gauchesco del
soldado, y aunque medio muerto de hambre y con la incertidumbre de no saber
de que lado aparecerá el indio, lo alienta en medio del desierto, desparramándosele
por todo el cuerpo e inflamándolo de esperanzas y renovado coraje,
esa música que lo llama de nuevo al fortín…
El clarín que llamó a la carga, es el mismo que indicó
el comienzo de una marcha a través del monte, la llanura o la montaña.
Es el mismo que con su silencio nos sobrecoge en la recordación emotiva;
es el mismo que nos sensibiliza el alma con sus estridencias de Patria en
el izamiento de la bandera…
Banda de Patricios: representás el espíritu vivo del Cuerpo.
No te ha mellado ni el tiempo ni las rutinarias vicisitudes de la vida del
Cuartel. Más, quizás, diríamos que el tiempo se ha detenido
un poco en ese primer piso de vuestro local, inundando de tradición
todos los ámbitos del Cuartel con tus sones.
Buenos Aires te necesita, por eso te quiere, te admira, te busca, te aplaude,
se emociona con ella…. se llora con ella al verla pasar.
Es que Buenos Aires es la dueña de la Banda de Patricios, por herencia
y por tradición….. tiene derecho a vibrar con su pertenencia…..
No decaiga jamás ese espíritu, que a todos nos compromete a
no dar el paso atrás; que siempre tengamos delante nuestro ese aliento
de Patria que se llama Banda Tambor de Tacuarí, embriagándonos
de “El Uno Grande”, de “Curupaytí”, de “Heroica
Legión”…
Este es un homenaje sincero y sencillo, el del soldado, hacia quienes mitigan
o alientan con música el fragor de la lucha.
La evocamos con emoción al recordar, por ejemplo, cómo se habrán
sentido los Patricios del coronel Rodríguez, ese 20 de noviembre de
1845 cuando frente a las poderosas escuadras francesas e inglesas, en la Vuelta
de Obligado, escucharon de su banda, el Himno Nacional para invitar a la batalla…
El tambor, el pífano, los platillos, el bombo, el bajo, la flauta,
el clarín… todos juntos en un solo pedazo de espíritu
patrio: esa es nuestra Banda Tambor de Tacuarí.
Fuente:
Antook - Bandas Militares, Buenos Aires (2007).
Beruti, Juan Manuel – Memorias Curiosas.
Cerviño, Pedro A. – Diario.
Gesualdo, Vicente - Las Bandas Militares: El coraje a través del ritmo.
Gillespie, Alexander – Buenos Aires y el interior, Buenos Aires (1921).
Howell, Thomas - Journal of a soldier of the 71st or Glasgow Regiment, Highland
Light Infantry from 1806 to 1815.
Segui, Juan Francisco – Memorias.
Todo es Historia – Año XI, Nº 133, Junio de 1978.
Oscar
J. Planell Zanonem - Oscar A. Turone
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