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EFEMERIDES
HISTORICAS ARGENTINAS |
12 de Agosto de 1806 – Reconquista de Buenos Aires
Rendido Beresford en forma incondicional (“a discreción”,
dice el acta del Cabildo), el mismo día 12 de agosto Liniers le comunica
que sería canjeado por el virrey Abascal, del Perú, a quien
se creía en Buenos Aires prisionero de los ingleses. El general inglés
es alojado en la casa de Félix de Casamayor, amigo y contertulio del
espía inglés James Florence Burke y presumiblemente miembro
de la logia “Hijos de Hiram”, creada por Burke y el portugués
Juan Silva Cordeiro (otro informante británico) y que funcionara en
la posada de los Tres Reyes (actualmente la esquina noreste de 25 de Mayo
y Rivadavia, en Buenos Aires, edificio del SIDE). Mientras tanto las autoridades
resolvían el destino final de los prisioneros británicos. La
residencia de Casamayor era punto de reunión y prestigiosa vida social,
a la que concurrían ingleses y españoles, las damas principales
y en la que se daban sonadas fiestas. Aquí se realiza el primer acto
de la conjura a favor de Beresford, pero esta vez interviene en las acciones,
para asegurar el éxito, el más seguro agente británico
de ese momento: Ana Périchon Vandeuil de O’Gormann, amante del
reconquistador y héroe triunfante, Santiago de Liniers.
Los primeros pasos de la comedia, que finalizaría a bordo del buque
británico Charwell 8 meses después, se inician en los salones
elegantes de Casamayor. Veamos el procedimiento:
“El ilustre prisionero decía que la severidad de las leyes inglesas
era tal que consideraba cortada su carrera para siempre, y como la paz con
España había de hacerse más o menos tarde, tendría
que responder en un consejo de guerra por haberse rendido a discreción
o sin pacto alguno que salvase, siquiera, las apariencias y situación
de la que ningún soldado inglés había salido con vida
y sin infamia. Fingiéndose poco a poco preocupado y caviloso con tan
crueles presentimientos, comenzó a negarse a ir al salón de
las visitas, donde se jugaba y donde todos le reclamaban; se encerraba en
su aposento y permanecía a oscuras la noche entera. Hasta que el mismo
Liniers, instado por Casamayor y por las damas del círculo, le insinuó
que para el caso extremo que temía, se le podía dar una capitulación
fingida, que no debía figurar sino después de la paz y para
el caso que fuera sometido a juicio. Sin reflexionar bien lo que hacía
y arrastrado por el interés con que miraba a su prisionero, Liniers
le otorgó el documento” (Vicente F. López).
En realidad, no eran “las damas del círculo” ni Casamayor.
Era Anita Périchon y sus recursos amatorios, que cumplía con
sus obligaciones de empleada del Foreing Office en la intimidad. A su influjo
y persuasiones se debieron muchas de las actitudes de Liniers. Mitre dice
que la falsa capitulación dada por Liniers a Beresford le fue arrancada
al reconquistador “…cediendo a las seducciones del amor…”
incurriendo “…en la culpable debilidad de sacrificar el acto más
solemne de la guerra, comprometiendo impremeditadamente el triunfo mismo y
disponiendo de la gloria de todos con una ligereza propia de su carácter
inconsistente”.
Luego de discutir el texto del documento durante algunos días, entre
Beresford, Liniers y Casamayor, finalmente se firmó el 20 de agosto,
antedatándolo al 12, fecha de la rendición inglesa en el Fuerte,
colocando Liniers al pie y antes de su firma: “en cuanto puedo”,
con lo que salvaba las apariencias y se cubría ante el Cabildo, los
demás jefes militares y el pueblo.
En esa falsa capitulación Liniers concedía el reembarco de los
prisioneros británicos, previo canje de los mismos por los que ellos
habían hecho a los patriotas, entregaba víveres para el viaje
de las tropas inglesas en sus propios barcos, se comprometía a otorgar
cuidados especiales a los heridos y daba seguridad de respetar la propiedad
de “…todos los sujetos ingleses de Buenos Aires”.
El astuto prisionero
Beresford, una vez con el documento firmado por Liniers en la mano, abandona
su apariencia “…preocupada y cavilosa” y al leer las tres
palabras condicionales puestas por el reconquistador en el papel, “en
cuanto puedo”, monta en cólera y el 21 reclama por escrito a
Liniers, el cumplimiento estricto “del convenio hecho entre nosotros”.
Ya no era un gesto magnánimo y de favor por parte de Liniers para salvarlo
ante la corte militar inglesa. Constituía un tratado y Beresford pugna,
por todos los medios, obtener que se cumpla como tal.
Liniers le contesta el 25 y luego de recordarle las circunstancias y las verdaderas
razones por las cuales se firmó el documento, reitera que “…en
cuanto esté de mi parte propenderé al cumplimiento de las condiciones
que concedí a V.S., …..más siendo un oficial subalterno
en la provincia, tendré que pasar, aunque sea contra mi deseo, por
lo que mi superior me ordene”.
Pese a que la falsa capitulación era un gesto personal de Liniers,
éste estaba convencido que lo mejor era reembarcar a oficiales y tropas
inglesas, criterio que sostenía Sobremonte (todavía virrey nominal)
y las dos Juntas de Guerra celebradas para tratar el asunto. El 26 se efectúa
una entrevista entre Liniers y Beresford, en la que el general inglés
despliega todas sus habilidades de hombre con notables condiciones políticas
y con mucho conocimiento de los seres humanos y las circunstancias, para que
Liniers impusiese a toda costa las condiciones de lo que él llamaba
“el tratado”.
Todo es inútil, porque el poder lo tenía el Cabildo desde el
famoso “Congreso” del 14 de agosto, el que respondía completa
y solidariamente a las inspiraciones de Alzaga, quien propugnaba la internación
de los ingleses. Este temperamento se correspondía, además,
con los deseos del pueblo que, según el mismo reconquistador, “…se
halla en un estado de insurrección y es enteramente contrario al reembarco
de las tropas y oficiales ingleses”. El 28 circulan por la ciudad copias
de la falsa capitulación y la indignación es general, siendo
el Cabildo el más airado y el que reacciona de inmediato, citando a
reunión para el día siguiente, con la presencia de Liniers.
Habla el alcalde de primer voto, Alzaga, quien expone “…las zozobras
que padecía el vecindario de resultas de no haberse remitido a lo interior
de la provincia a los prisioneros ingleses…”, señalando
seguidamente “…la sorpresa que había causado en el pueblo
un papel que corría de capitulaciones hechas con fecha 12 de agosto
y firmadas por los dos generales, hallándose aturdido el pueblo por
este hecho, siendo público y notorio que el enemigo se rindió
a discreción…” y que quería que el señor
Comandante de Armas (título oficial de Liniers) le informase la realidad
del caso.
Liniers declaró que “era cierto el otorgamiento de ese papel
y que lo había firmado después de la reconquista por consolar
la suerte de un general desgraciado, quién con lágrimas en los
ojos le suplicó le diese un papel de resguardo para su Corte, con la
calidad precisa de reservarlo”, pero que él había tenido
la precaución de anteponer la cláusula “en cuanto puedo”
y que “siendo ninguna sus facultades en aquél caso, por cuanto
no le era permitido defraudar los derechos y glorias de la nación,
era insubsistente, nulo y sin ningún valor el precitado papel”,
de todo lo cual él daría una amplia satisfacción al público,
para lo que “estaba trabajando un manifiesto”, que daría
a conocer en esos días. El Cabildo decidió esperar la aparición
del manifiesto para decidir luego el temperamento a seguir.
El 30 de agosto apareció el manifiesto, donde Liniers relata breve
y claramente las circunstancias y las intenciones de la falsa capitulación,
ratificando lo expresado anteriormente a Beresford, al Cabildo y a las autoridades
sobre el caso; reitera que había propuesto a las autoridades “remitiesen
las tropas británicas y sus oficiales a Europa y esforcé en
cuanto pude esta opinión, pero el Cabildo, el mayor número de
los principales vecinos de este pueblo, el gobernador de Montevideo, la Municipalidad
y habitantes de dicha ciudad fueron del parecer contrario”, recordando
que la Junta de Guerra, el día 26, había consentido en ese criterio,
pero “…habiéndose en los días 28 y 29 esparcido
copias de nuestras insignificantes capitulaciones en esta plaza y sabido que
en Montevideo había sucedido lo mismo por el correo, ambos pueblos
han pronunciado enérgicamente que no se consentirían nunca a
que se permitiese la salida de las tropas británicas, a cuyo parecer
se conformó la Junta de Guerra que convoqué ayer y a cuyo voto
general me conformé, tanto más que infinitas personas, haciendo
la más inaudita injusticia a mi honor, carácter y acrisolada
lealtad, profieren la abominable acusación que había tenido
la vileza de dejarme seducir por venalidad en prestarme a las ideas de V.
S. (Beresford)”.
En los primeros días de setiembre se resuelve la internación
de los prisioneros, menos los jefes y oficiales, que a instancias de Sobremonte
serían enviados a España, previo juramento de no volver a tomar
las armas contra ella ni contra sus aliados. Pero el Cabildo, aconsejado por
Alzaga demoró la ejecución del embarque de los prisioneros hasta
que, insistiendo el 11 y el 15 de setiembre en la internación, logró
al fin verificarlo el 11 de octubre. Martín de Alzaga escribía
el 21 de ese mes a su yerno José Requena: “al fin conseguimos
que tanto la tropa prisionera como a los oficiales se los despachase para
los pueblos interiores”.
Dice José María Rosa que la popularidad de Liniers era tal,
que a pesar del traspié de la falsa capitulación, por un momento
capaz de aplastarlo si él insistía en cumplirla (hubo avisos
hechos a Liniers acerca de la peligrosidad de seguir comunicándose
con Beresford reservadamente), internados los ingleses, el pueblo siguió
celebrándolo como el héroe de la Reconquista y jefe querido
y aclamado. Sin embargo, el aparato montado por los comerciantes ingleses
y sus amanuenses los “jóvenes ilustrados”, los funcionarios
y militares contrabandistas y los “Hijos de Hiram”, iba a demostrar
el poder de los intereses que controlaba. Por de pronto, el aparato proinglés
había logrado que el general en jefe de los invasores y sus principales
oficiales de Estado Mayor quedasen en Luján.
Fuente:
Antook – Los conspiradores de la Reconquista.
Roberto Juárez - La evasión de Beresford en 1807 (Revista Todo
es Historia Año II, Nº 11, Marzo 1968).
Oscar A. Turone – Liniers: Su rol en la conjura de Beresford.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
12 de Agosto de 1869 – Batalla de Piribebuy
Guerra de la Triple Alianza. Llegado a Pirayú el 25 de Mayo, recién
a fines de Julio, luego de dos meses de meditación, el Conde D'Eu,
Príncipe Gastón María de Orleans, yerno del Emperador
Pedro II, a cargo de las tropas aliadas, tomó la determinación
de ir contra el Mariscal Francisco Solano López. Parecía dispuesto
a realizar un avance frontal, tan difícil como audaz.
La presencia próxima del caudillo paraguayo, gravitando sobre su ánimo,
le indujo después a pensar en operaciones menos arriesgadas. Y quedó
convenido un movimiento envolvente, que amenazara la retaguardia de los paraguayos.
Por eso, el Conde D’Eu operaría sobre la izquierda de su oponente,
a la cabeza de una poderosa columna que, haciendo un gran rodeo, iría
por Paraguarí, Sapucay, Valenzuela e Itacurubí sobre Piribebuy
y Ascurra. Los generales Emilio Mitre y José Antonio da Silva Guimaraes
operarían al mismo tiempo sobre la derecha de los paraguayos, por los
pasos de Altos y Atyrá, para salir en Tobatí y cortarles la
retirada.
En Pirayú quedarían las fuerzas necesarias para amenazar el
frente paraguayo y disimular el vasto movimiento proyectado.
El 28 de Julio se dio comienzo a la ejecución de este plan. Ese día
partió por delante la vanguardia comandada por el general Juan Manuel
Mena Barreto. En pos de ella avanzaron el mariscal Osorio,al frente del primer
cuerpo del ejército imperial, el mariscal Plydoro da Fonseca Quintanilla
Jordao, con el segundo cuerpo, y el Conde D’Eu con el resto de las tropas.
Eran más de 20.000 hombres de las tres armas, con poderosa artillería.
La plaza de Piribebuy estaba defendida por 1.600 hombres y doce cañones,
a las órdenes del comandante Pedro Pablo Caballero.
El 10 de Agosto tomaron posición los aliados en torno del baluarte
paraguayo, emplazando cincuenta y tres cañones en las alturas que lo
dominaban. En todo el día siguiente continuó la reconcentración
de las fuerzas aliadas y los preparativos del asalto.
La resistencia de los paraguayos fue tan tenaz como heroica. Los aliados varias
veces rechazados, volvieron a la carga, hasta conseguir abrir una brecha en
las trincheras, cuando las mujeres habían sustituido a los soldados
paraguayos muertos y cargaban sus cañones, ya sin proyectiles, con
frutas de coco, piedras, vidrios y arena.
La matanza fue espantosa. El cauce del arroyo Piribebuy quedó colmado
de cadáveres.
El sangriento Conde de D’Eu vengó las pérdidas sufridas
mandando degollar al comandante Caballero, al mayor Mariano López y
a numerosos prisioneros y heridos. Y para completar su horrenda barbarie,
mandó incendiar el Hospital de Sangre “manteniendo en su interior
los enfermos – en su mayoría jóvenes y niños. El
hospital en llamas quedó cercado por las tropas brasilera que, cumpliendo
las órdenes de ese loco príncipe, empujaban a punta de bayoneta
adentro de las llamas los enfermos que milagrosamente intentaban salir del
la fogata. No se conoce en la historia de América del Sur por lo menos,
ningún crimen de guerra más hediondo que ese” (Juan José
Chiavenato. Genocidio Americano. La guerra del Paraguay. Carlos Schauman Editor,
Asunción, 1984).
Así se inició la última campaña de la guerra,
la llamada “Campaña de las Cordilleras”, fecunda en notas
pavorosas, en la que el Conde D’Eu no se cansó de llenar de oprobio
la bandera confiada a sus manos mercenarias.
Ese mismo día pudieron caer los aliados sobre Escurra o pudieron ocupar
Caacupé. Para esto solo necesitaban recorrer un camino de cuatro leguas.
Pero el vencedor se contentó con su precario triunfo y no supo sacar
partido del éxito alcanzado. Y aquella inexplicable indecisión
determinó el fracaso de todo el plan de operaciones
Fuentes:
-Juan José Chiavenato. Genocidio Americano. La guerra del Paraguay.
Carlos Schauman Editor, Asunción, 1984
-Juan E. O’Leary. El Centauro de Ybycui. Editorial Le Levre Libre, París,
1929.
Oscar
J. Planell Zanonem - Oscar A. Turone
Agrupación
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